Palabras: FBI, Hacker, Elefante, Británica, Samurái
La luz la cegaba de nuevo. Malditos focos, ¿no podían apuntar hacia otro lado? Un joven se acercó para maquillarla. No, por favor.
Quería salir lo más natural posible. Él insistió, pero una voz lo hizo callar.
Una mujer baja, fornida y autoritaria se acercó a ellos. Un simple gesto de su
mano bastó para que el maquillador desapareciese de su vista. En cuanto quedaron a solas, sostuvo con ternura su cara entre las manos y la miró a los
ojos. Todo iba a ir bien, le dijo. Sus miradas se entrecruzaron unos segundos
que parecieron toda una vida. El brillo en sus ojos oscuros, las arrugas
color chocolate que surcaban su cara, esa expresión preocupada y serena al
mismo tiempo. Era obvio que la presentadora había vivido mucho más de lo que
cualquiera podría presumir a simple vista.
Con unas cuidadas manos a las que la edad no perdonaba, y con el cariño propio de una madre, la que era una de las mujeres más influyentes del país le recolocó el hiyab alrededor del cuello. En un principio no iba a llevarlo puesto, no querían que su
imagen fuese tan… ¿Cuál había sido la palabra que usara aquel viejo productor?
Tópica. Pero se había negado rotundamente, y la presentadora la había apoyado
sin dudar. Ella era así, y así iba a salir ante las cámaras. Eran sus
creencias, y había que respetarlas. Era una frase con la que no solía estar de acuerdo, pero no veía ningún problema en su caso. No iba a hacer daño a
nadie. No era una muestra de inferioridad ante nadie, por mucho genital externo
que les colgase entre las piernas. Lo llevaba porque quería, porque su madre y su abuela lo portaran
antes que ella, porque las cosas podían interpretarse de mil maneras distintas. Y eso era lo que le importaba a ella, y lo único que tenía que importar a
los demás.
Una chica con una visera negra les informó de que en cinco
minutos estarían el aire. Cogió aire. Sus ojos almendrados recorrieron el plató
por completo. Estaba casi desierto, y los pocos trabajadores que allí se
encontraban temblaban sin parar. Sabían que podían estar haciendo historia,
pero que también se metían en un gran problema. Sus jefes les habían prometido
que asumirían toda la responsabilidad, pero aun así era difícil estar
tranquilo. Tenía que hacerlo bien por ellos. Se estaban arriesgando mucho. Por
ellos y por… Metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño samurái de
plástico. Por ellos y por su valiente samurái. La presentadora se unió a ella
ante las cámaras. Ya era la hora. Se enjugó las lágrimas y se giró. Era el
momento. Su nombre era Nasrin Hashemi y tenía una historia que contar.
Todo había empezado días atrás. Estaba sentada en esa
acolchada silla de su despachito, notando el olor del café recién
hecho y el ronroneo de su regordeta gata sobre su regazo. Y lo que descubrió
cambió su vida para siempre. Sabía en lo que se estaba metiendo, no era el
primer secreto gubernamental que había descubierto. Pero nunca había visto tal
cosa. Tal… Sentía ganas de vomitar. No podía ser cierto. Para. Tenía que dejar
su sorpresa de lado y actuar con toda rapidez. Descargó la información, la
guardó en su pegajoso y gastado pen drive y salió lo más rápido que pudo de esa
base de datos. Se concedió unos segundos para recuperarse y avisó a sus
superiores en KiwiLeads. No quería esa información en sus manos más tiempo del
imprescindible.
Un leve golpeteo en la puerta llamó su atención. Nasrin enmascaró sus emociones con una sonrisa y dijo a su hijo que pasase. Aiden entró corriendo y riendo, con esa
vitalidad que sólo un niño de seis años era capaz de presentar a cualquier hora del
día. Como siempre, llevaba puesto ese pijama que parecía una armadura, que le
había regalado en Navidades por su obsesión con los guerreros japoneses. Su pequeño samurái. En la mano llevaba un juguete, un samurái de plástico,
con el que empezó a atacar a la gata.
Nasrin le riñó y le quitó el muñeco de
las manos. Eso no se hacía. Aiden cogió una rabieta y fue a buscar a su padre. Ya empezábamos. Siempre acudía a Grant y acababa siendo ella la mala. Mientras seguía
al pequeño, el timbre se puso a sonar como loco. La mujer abrió la puerta, y al
otro lado se encontró un hombre vestido completamente de negro. Podía llamarle
Elephant, y lo habían enviado para sacarla de allí. Tenían que desaparecer, y tenían que hacerlo ya.
A partir de ahí, todo fue muy rápido. Los altos mandos de
KiwiLeads le habían enviado para protegerla. El gobierno se había enterado que
había descubierto ciertos secretos, así que ella y su pen drive eran lo más
buscado por el FBI en ese momento. Lo bueno es que ellos eran más rápidos.
Nasrin apenas tuvo tiempo de despedirse de Grant y del pequeño
Aiden. “Sé valiente cariño, sé mi valiente samurái” le dijo. No podían llevarlos
con ellos, sería más seguro que se quedasen atrás. Las lágrimas en los ojos de
un niño que no entendía por qué su madre le abandonaba le rompieron el corazón.
Estaría bien, se dijo. Si quería conseguir un futuro mejor para él, estaba
haciendo lo correcto. Por favor, que no se estuviese equivocando.
Elephant había llegado en el momento justo. Apenas se habían
alejado veinte metros del portal cuando los primeros agentes del FBI se personaron allí. El hombre le había ordenado quitarse el hiyab para pasar
desapercibida, y los dos siguieron caminando con normalidad, cogidos de la
mano, como si fuesen una pareja que buscaba una buena terraza en la que tomar
algo. El instinto le hacía revisar cada minuto el bolsillo para comprobar que
el pen drive seguía allí, y se dio cuenta de que había en él otra cosa. Un
pequeño samurái de plástico. Maldita sea, no le había dado a tiempo a
devolvérselo. Recordó las lágrimas en sus ojos. Era lo mejor para él, se
repitió.
Pasaron los días siguientes en un piso de mala muerte en un oscuro barrio de Charlotte, a más de mil kilómetros de casa. Un zulo del tres al cuarto. Ni siquiera tenía una mísera
ventana, y sólo Elephant podía entrar y salir. Nasrin se preguntó si le llamarían
así por su pelo teñido de gris o por sus pendientes en forma de colmillo, pero
no se atrevió a decirle nada. No hablaban mucho de hecho, excepto cuando él le
traía noticias del exterior. Su novio seguía en custodia del FBI, pero todo
apuntaba a que pronto le liberarían. Afortunadamente, nunca le había revelado
nada de lo que había descubierto a lo largo de su carrera como hacker, y los
interrogadores se habrían dado cuenta. Al ser tan pequeño, Aiden había sido
puesto en custodia de la madre de Grant de inmediato. Estaba bien, y a salvo.
Asustado, pero a salvo. Era lo que necesitaba saber.
El resto de noticias fueron más perturbadoras. Todo Estados
Unidos la tenía en el punto de mira. Había salido en decenas de periódicos y
noticiarios, identificada como una peligrosa terrorista iraní afiliada con el
ISIS. ¿De verdad? Vale, no era la persona más legal del mundo, pero de hacker
para KiwiLeads a asesina fanática del Estado Islámico había mucha diferencia.
Ella sólo quería que el mundo descubriese la verdad, la gente tenía derecho a
saberla. No quería matar a nadie. Es que ni podía entender que se lo planteasen.
Pero realmente lo que más le molestaba era que la
encasillasen tan pronto como iraní, sin más. Claro, querían dar la imagen de una
musulmana más, una loca religiosa que llegara desde la tierra de los desiertos,
los jeques y el petróleo para sembrar el caos en la patria más poderosa del
mundo. ¡Pero si era británica! Había nacido en Londres y se había criado en
Manchester, con las manos bañadas en el aceite de los fish & chips callejeros y
viendo reposiciones del Doctor Who. Animaba al United con todo el aire de sus
pulmones, contaba chistes de escoceses a pesar de que amaba sus verdes colinas,
se reía de los franceses aunque soñaba con visitar la torre Eiffel, cantaba God
Save the Queen con emoción aunque era republicana...
Y no, no había emigrado a
América por sus valores, ni porque creyese que era la tierra de las oportunidades. Pero tampoco por poner bombas y matar a gente inocente
que creía en otra bandera y en otro dios. No, se había mudado a esa pequeña
ciudad de Massachusetts porque había conocido a un joven estudiante de
intercambio que había conquistado su corazón y sembrado su vientre con lo más
perfecto que había en ese mundo.
Estaba cansada ya. Cansada de que la nación de su madre y sus
abuelos fuese más importante que la suya propia. Cansada de que llevar un
pañuelo alrededor de la cabeza la definiese más que lo que había en su interior.
Cansada de que la gente que había jurado protegerles les mintiese. Cansada de
atrocidades, medias tintas, ilusiones de seguridad y de tanta represión.
Cansada de tener que resignarse a que su hijo tuviese que vivir lo mismo que
ella. Cansada de no luchar, cansada de no hacer nada. Cansada, simple y
llanamente.
Y por eso ahora estaba en ese plató, con los focos cegadores
y la verdad aferrada a su corazón. Elephant la había puesto en contacto con ellos, personas
suficientemente valientes como para arriesgarse para contar la verdad, y luego se había desvanecido. Le habría gustado darle las gracias, preguntarle algo sobre él, pero no había tiempo. Estaban allí para cambiar el mundo, sin temer las consecuencias. Bueno, sí que las temían, pero eso sólo los hacía más valientes. Ella no
iba a ser menos.
Por Grant. Por su valiente samurái. Por toda esa gente que vivía en una
mentira tras otra. El cámara le hizo un gesto y un piloto rojo se encendió en el
aparato. Nasrin miró a su derecha. La presentadora asintió. Cogió aire. Mirada
al frente. Echó aire. Metió la mano en el bolsillo y apretó con fuerza esa pequeña figura de plástico, que le recordaba a lo más importante que había en el
planeta. Y las palabras salieron solas de su boca.
-Hola, mi nombre es Nasrin Hashemi, y… y… Tengo una historia
que contarles.
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"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio."
Cicerón
Podéis saber lo que le pasa a Nasrin después de esto en Chocolate, bálsamo e Izal y en Niebla.
Cicerón
Podéis saber lo que le pasa a Nasrin después de esto en Chocolate, bálsamo e Izal y en Niebla.
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