Palabras: Siempre, Flashback, Peinado, Borrachera, Improperio
Cualquier otro día, las vacías
calles de Bujará a esas horas de la madrugada le habrían parecido aterradoras. Zamira
habría estado pendiente de cada esquina, rezando por apareciese cualquier
persona que le transmitiese seguridad. Nunca le había pasado nada en ellas, no
conocía a nadie que le hubiese pasado algo, era más bien algo instintivo. O quizás, no
era más que el fruto de todas las advertencias de su padre sobre lo peligroso
que era para una chica caminar sola por la calle a tales horas de la noche.
Pero ese día era distinto. Solo
esperaba que no apareciese nadie, nadie que pudiese verla. Podrían darse
cuenta, y era lo último que quería. La vergüenza, el deshonor… Estaba segura de
cualquiera podría verlos en sus ojos, olerlos en su piel. Se quitó los auriculares
con la voz de Cyndi Lauper y sacó el pañuelo de tela que siempre llevaba en el
bolso, regalo de la abuela Sitora. Siempre estaba en su bolso, ocupando espacio, ya
que se negaba a ponérselo en la cabeza. Pero justo antes de entrar en casa,
acompañada de los primeros albores del amanecer, se cubrió el cabello con él.
De todas formas, el peinado que tanto le había costado hacer ya no existía, no
había nada que enseñar tampoco.
Nada más abrir la puerta se encontró
de bruces con su madre, con los brazos en jarra. Quien no la conocía bien,
deducía por su metro y medio de altura, su eterna sonrisa y sus ojos afables que era la persona más calmada,
tranquila e inocente del mundo. Pero ella la había visto enfadada antes, así
que sabía a que atenerse. Pensó en ser fuerte, en no contarle nada, en soportar la
bronca que le iba a caer e irse a dormir a su habitación. Pero en cuanto su
madre abrió la boca para reñirle por haber llegado horas después del toque de
queda y por el vodka en su aliento, sus piernas perdieron el valor y se
derrumbó en sus brazos.
-Yo solo quería divertirme mamá.
-Lo sé.
Nadiya secó con su manga las
lágrimas que todavía vagaban por las mejillas de su hija. Zamira la miró a los ojos y se los encontró devolviéndole la mirada, una mirada cargada de desolación y
amor a partes iguales. Sabía que a su madre le habría gustado protegerla, le
habría gustado arreglarlo todo con un chasquido de sus dedos, viajar en el
tiempo si hacía falta. Pero no podía. No podía hacer nada. Solo cogerla en
brazos, intentando protegerla de sus recuerdos, y advertirla de que no le contase
nada a nadie. Especialmente a su padre.
Zamira lo entendía. Y algo en las
palabras de su madre le hizo darse cuenta de que ella también la entendía,
mucho mejor de lo que creía. Que ella y su abuela habían vivido esa escena,
años atrás, bañadas en lloros, secretos, cariño, ira e impotencia. Y dolor, sobre todo
dolor.
Se escucharon pasos desde el piso
de arriba. Akram y Zokir debían haberse despertado ya, estarían en la cocina
desayunando en cualquier momento. Nadiya cogió la cara de su hija con sus manos
y la besó en la frente. Le recomendó que se fuese a la ducha. No querría que sus
hermanos la viesen así, se lo podía asegurar. Además, el agua le ayudaría a sentirse
limpia, por lo menos por fuera, aunque por dentro… Su madre se calló, pero Zamira comprendió lo que significaba ese
silencio.
En cuanto oyó el teléfono fijo
sonando, Zamira supo que significaba malas noticias. Una llamada a esas horas
no era fortuita, y la gente que los conocía hablaría con ellos por el móvil.
Pudo ver que por la mente de su padre pasaba el mismo pensamiento, y aunque su
madre gritó desde la cocina que ella lo cogía, su padre fue más rápido.
Akram y Zokir estaban atentos a la
cena y a la televisión, sin darle importancia alguna a lo que estaba pasando a
su alrededor. Pero Zamira no podía dejar de mirar hacia el suelo, con los oídos
puestos en la voz cada vez más tensa de su padre, y la mano de su madre agarrándole con más y más fuerza de los hombros. En cuanto colgó el teléfono,
Nadiya se acercó con normalidad a su marido, pregúntale quién era, pero él la
ignoró completamente y se dirigió a su hija.
-¿Qué has hecho?
La cabeza de Zamira daba vueltas
sin parar, incapaz de centrarse en dónde estaba ni en qué pasaba. El golpe en
la cara le dolía, pero lo que la había dejado realmente atontada había sido
darse con la nuca contra la mesa al caer. Una figura borrosa, que por los
gritos dedujo que era su madre, se colocó ante ella, en ademán protector, pero
un gesto de su padre bastó para arrojarla contra la pared. Escuchó los gritos
de sus hermanos pequeños, pero no se movieron. Estaban asustados de su padre, y
Zamira los entendía perfectamente. Ella lo estaba aún más.
-El padre de tu amiguita Yulduz me
acaba de contar lo que ha pasado. ¿Qué tienes que decirme sobre ello?
-Papá, de verdad, te lo prometo, no
sé cómo pasó… Yo no quería… Solo quería divertirme… Por favor, te quiero.
-Puta.
Su padre la dejó allí, tirada,
llorando, herida, con un escupitajo en la cara y un improperio que resonaba en
su interior, perforando su corazón sin anestesia. El dolor, como siempre, no se
contentaba con hacerla sufrir, sino que le hizo revivir la última vez que había
sentido algo parecido. Y no tenía que remontarse mucho.
Había llegado a la fiesta con
Yulduz. Realmente no era muy fan de las fiestas, sólo había acompañado a su
amiga para hacerle un favor. Sus padres no la dejarían ir sola, y menos si
hubiesen sabido que Jamshid estaba allí. Nada más llegar, el joven apareció ante
ellas y se llevó a Yulduz con él. Ahí un motivo por el cuál Zamira había
desistido en conocer a los chicos de su edad. Sabía que no todos eran así, pero
todas sus amigas habían acabado con chicos que en cuanto las tenían, las
escondían de los demás, como si fuesen un reloj de oro y piedras preciosas que
cuidaban, sí, y del que presumían, también, pero que nadie se atreviese a
mirarlo demasiado tiempo o a tocarlo. Por eso se sintió tan bien cuando conoció
a Serik.
Se lo había encontrado cuando se
disponía a salir del local, ya que prefería esperar a Yulduz en la calle. Él iba con
unos amigos, pero al verla, se detuvo a hablar con ella. Al principio Zamira
pensó que sus intenciones podían no ser las mejores, pero en unos minutos
cambió de opinión. Era encantador, tenía una sonrisa contagiosa y la trataba
como a una igual. Tampoco se cohibía ante ella como hacían otros chicos, y eso le
gustaba.
La convenció de que entrase con
ellos y la invitó a una copa. Zamira nunca había bebido, así que él le prometió
que no le dejaría beber lo suficiente como para lamentarlo. Y ella le hizo
caso. ¿Quién en su lugar no lo haría? Serik era un imán hecho de encanto y
risas, nada malo podría pasarle con él. Bailaron, rieron, se rozaron. Cuando
empezó a desinhibirse, Zamira se dio cuenta de que su subconsciente estaba
dando señales demasiado obvias a Serik sobre lo que quería con él. Y aun así
siguió siendo un encanto, le dio un beso en la mejilla y cuando notó los
temblores de arrepentimiento y nervios en la joven, se apartó, le sonrió de
nuevo y simplemente le dijo que cómo le había prometido, creía que le tocaba
avisarle de que a lo mejor no le convenía beber más.
“That’s all they really want, some fun. When the working day is done, girls, they want to have fun.”
Volvieron a salir, y se sentaron en
unos escalones junto al local. Zamira le aseguró que podía irse, que no se
preocupase por ella, que seguramente Yulduz saldría en un momento. Pero Serik
la ignoró, y se pusieron a hablar. Ella le confesó que nunca se había divertido
tanto. Desde la adolescencia se había centrado en estudiar, y se había
prometido a si misma que en cuanto acabase, empezaría a vivir más, a divertirse
más. Pero su familia necesitaba dinero, y tuvo que cambiar sus planes
universitarios por un trabajo de dependienta a primera hora de la mañana. Así
que lo había dejado de lado durante los últimos meses.
Como estaba de vacaciones, Yulduz
la había convencido de ir por fin de fiesta con ella, aunque sabía que en el
fondo solamente quería una carabina, y de que esa noche no sería en la que fuese a
aprender lo que era divertirse de verdad. Pero se había equivocado. Y Zamira,
con las mejillas sonrojadas, el corazón a punto de salírsele del pecho, y la
visión un tanto borrosa, se giró hacia Serik y lo besó.
Cuando sus labios se separaron, y
pudo quitar por fin los ojos de encima de Serik, Zamira vio que Yulduz y
Jamshid ya habían salido. Cogió la mano de Serik y le dijo que tenía que
despedirse ya, pero que esperaba que le dejase escribir su número en su móvil.
La mano del chico apretó la suya. No podía irse. Zamira le repitió que tenía
que hacerlo, pero que no pasaba nada, prometía volver a verlo. Pero Serik no le
soltaba. Le estaba haciendo daño. El encanto desapareció de sus ojos, convirtiéndose en deseo, o más bien, en hambre.
-Puta.
Zamira intentó zafarse, pero Serik
era más fuerte y estaba menos borracho. Ya solo al incorporarse, la chica notó
como el mundo se tambaleaba a sus pies, y él la pegó a su cuerpo con fuerza.
Después de todo lo que había hecho por ella esa noche no podía dejarle así, le
dijo. Uno rápido por lo menos, que no fuese una puta. Zamira se negó de nuevo.
Y otra vez. Y otra. Pudo ver como Yulduz intentaba acudir en su auxilio, pero
Jamshid, asustado, no le dejó. Un par de chicos que estaban por allí la imitaron, pero los
amigos de Serik aparecieron de la nada y formaron un círculo a su alrededor. Y
mientras amenazaba a los que intentaban ayudarla y animaban a su amigo, este
bajó la falda de Zamira de un tirón con una mano mientras con la otra la agarró con tanta fuerza de la cabeza, que pudo sentir como algunos de sus pelos eran arrancados de su cuero cabelludo. Y en comparación con lo que pasó después, eso no dolió en absoluto.
Zamira llevaba tantos días
encerrada que ya había empezado a olvidar los detalles de aquella noche. Todo
estaba borroso por el alcohol y las lágrimas, pero había algo que sí que recordaba perfectamente.
La sensación cuando… Y los golpes de su padre. Y la palabra puta. Quizás fuese
culpa suya. Quizás fuese una puta. Y no
podía soportarlo. Le habría gustado ser valiente, luchar por olvidar, o incluso
luchar por justicia. Pero no se veía capaz. Ni tampoco de seguir el ejemplo de
su madre, de guardar ese secreto en lo más profundo de su memoria y crear nuevos
recuerdos a su alrededor, sin tocarlo nunca más.
Así que cogió papel y lápiz. No
lloró mientras escribió, no le quedaban lágrimas ya. En un principio no tenía
en la cabeza más que un par de líneas, pero acabó escribiendo una página
entera. Y entonces la rompió, la tiró a la basura, y garabateó otra cosa. “Yo
solo quería divertirme. Papá, sé que no lo entiendes, y por eso te perdono.
Mamá, te quiero. Cuida de Akram y Zokir, y no dejes que hagan nunca a nadie… Yo
os prometo que velaré por vosotros siempre. Siempre.”
Y Zamira se giró, se puso de pie sobre la
silla de su escritorio, se pasó la soga alrededor del cuello y se dejó caer.
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"Quiero divertirme, pero no sé bien cómo."
Malala Yousafzai
Las letras pertenecen a la canción Girls Just Want to Have Fun de Robert Hazard, versionada por Cyndi Lauper.
Malala Yousafzai
Las letras pertenecen a la canción Girls Just Want to Have Fun de Robert Hazard, versionada por Cyndi Lauper.