Palabras: Colostomía, UCI,
Embarazada, Torniquete, Abel Caballero
Sabela se acarició la barriga y
sonrió. Otra patada. Le encantaba esa sensación, era como una bandada de
mariposas revoloteando en su estómago. Bueno, no exactamente ahí, pero ella se
entendía. Que juguetón estaba ese día el pequeño Leo. O Roi. O Damián. No
estaba decidido aún. Y acto seguido, la sonrisa desapareció de su rostro y se
fue corriendo al baño. Dios, todo el día meando. Por cada cosa bonita que tenía
el maldito embarazo, cien asquerosas de regalo.
Minutos después, se secaba las
manos con el pantalón del uniforme mientras entraba en la UCI. Era un día
tranquilo, solo estaban allí sus compañeros Inés y Aarón, y dos pacientes, una
mujer que seguía dormida tras su colostomía y una anciana que acababa de
despertarse y suplicaba por un poco de agua. Sabela se acercó a ella y le dijo
que lo sentía, que entendía esa sensación de sequía en la garganta pero que no
podía beber nada todavía.
Luego se acercó a los otros dos
enfermeros, que cuchicheaban sin parar, y se unió a su conversación. Parecía
ser que el hermano de Aarón había sido despedido otra vez. Pobre. Si es que ya
decía ella que el país iba fatal. Y aun por encima habiendo estudiado filosofía…
Es que no iba a encontrar trabajo en la vida.
De repente, una especie de estallido
retumbó por toda la sala. Los tres cruzaron la mirada. Sería algo que se cayó,
dijo Inés, y los otros dos asintieron, aunque en el fondo sabían que había
sonado a otra cosa… Sabela dejó caer unos partes del susto, y cuando se agachó
a recogerlos se volvió a escuchar. Y otra vez. Y otra. Se incorporó tan de golpe
que se dio un cabezazo con la esquina de la mesa, y con lágrimas en los ojos
miró a sus compañeros y dijo lo que pensaban. Eso eran disparos.
Como si el universo quisiese darle
la razón, un murmullo de gritos, pasos y puertas abriéndose y cerrándose se
abrió paso hasta sus oídos. Otro cruce de miradas a tres bandas. ¿Qué hacían?
La decisión fue fácil en cuanto escucharon dos disparos más, esta vez a apenas
unos metros de la UCI. Inés corrió hacia una puerta y Aarón hacia la otra, y
las cerraron a cal y canto mientras Sabela apagaba toda luz y aparato que no
fuese imprescindible.
Los chillidos y los gritos cada vez
estaban más cerca. Sabela no supo si sería por instinto de supervivencia o
simplemente por ver tantas películas, pero los tres enfermeros, aunque ninguno
estaba preparado para algo así, actuaron al unísono. Nada de hablar, solo se
comunicaban por gestos. Aarón corrió a tranquilizar a la anciana, que había
empezado a gritar y a llorar, asustada, y consiguió hacerla callar. Pero quizás
fue demasiado tarde.
Se oyó un disparo aún más fuerte
que los anteriores, y la puerta de la UCI se abrió de golpe. Un hombre y una
mujer entraron corriendo, los dos apuntando a todas partes con las negras y humeantes
pistolas que portaban. A gritos, ordenaron a los enfermeros que se pusiesen de
rodillas con las manos en la espalda y la cara mirando al suelo, y mientras que
Aarón e Inés obedecieron, Sabela quedó inmóvil y, sin saber por qué, se echó a reír
como loca.
No sabía que le pasaba, pero su
mente se había quedado atrapada con la imagen de los dos atracadores entrando en
la estancia con… ¿Con caretas de Abel Caballero? ¿En serio? Estaban intentando
asesinarles unos locos que ocultaban su identidad con unas cartulinas mal
recortadas con la cara del alcalde a medio despegar por usar algún cutre
pegamento. Tenía que estar soñando. Una gran carcajada fluyó por su garganta,
al mismo tiempo que notaba la orina mojando su ropa interior. Lo que le
faltaba. Y la risa aumentó.
Los dos atacantes, confusos, se
pusieron a gritar a Sabela para que parase de reírse, pero no podía parar. Y
entonces, la enfermera nunca supo exactamente como pasó, pero el borrón azul que era
Inés se lanzó sobre la mujer y la tiró contra el suelo. Y entonces otro
disparo. El grifo de la risa se detuvo enseguida, cerrado por el gemido de
dolor de su compañera. La atacante se levantó con la ayuda del hombre, y pegó
una patada a la enfermera, que se aferraba sollozando al brazo empapado en sangre.
Sabela quería ayudar, pero no era
capaz. Miró hacia atrás, y vio a Aarón y a la anciana paciente obedeciendo la
anterior orden que les habían dado. Con los dos cañones apuntándola a la cara, y la
voz de Inés de fondo, los imitó. Entonces vio como los dos asesinos se
acercaban a la camilla de la otra mujer, la observaban, leían su nombre en la
mesilla, y confirmaban que allí estaba la persona a la que buscaban. El hombre
dio una orden, y su acompañante salió disparada, en busca de sus otros
compañeros.
Él lanzó una mirada gélida a
Sabela, con una amenaza implícita para que no se interpusiese en su camino, y
luego apoyó la pistola en la nuca de la paciente. Sabela cerró los ojos, no
quería ver como su cabeza estallaba en una procesión de sesos, hueso y sangre.
Y una bandada de mariposas recorrió su vientre. Ese fue todo el estímulo que
necesitó.
Sabela se levantó de un salto, y
sintió como la adrenalina recorría todo su cuerpo mientras arrancaba la bolsa
de suero de la anciana y se la lanzaba al agresor a la cara. El plástico no se
rompió, pero aun así causó la distracción suficiente como para que Sabela
llegase a él y le diese un fuerte puñetazo en la mandíbula, seguido por
una patada y otro puñetazo en la cabeza, que le hicieron perder la estabilidad
y el arma. La enfermera la recogió del suelo, ignorando sus nudillos ensangrentados y despellejados, y le golpeó con ella un par de
veces en esa cara ensangrentada hasta que lo dejó inconsciente.
Sin pararse ni a recuperar el aliento,
ordenó a gritos a un amedrentado Aarón que le ayudase a asegurar la puerta
reventada usando un par de armarios. Y después hicieron lo mismo con la
siguiente. El enfermero le hacía caso, pero era poco más que una marioneta
temblorosa. Lo entendía, no sabía cómo podía ser ella capaz de estar haciendo
eso. Pero mejor no pararse a pensarlo y seguir con ello. Ya le daría vueltas
después.
La anciana estaba llorando en una
esquina, pero no podía pensar en ella. Aún no. Sabía que no le estaba haciendo
ningún bien estar sin el suero, pero sobreviviría. Inés era más importante.
Tras comprobar la herida, y ver el gran charco de sangre que había dejado,
mientras Aarón vomitaba en una papelera, ella rompió una sábana y la usó para
hacerle un torniquete en el brazo. Tardó más de lo debido, la mano con la que pegara al asesino no estaba en su mejor momento. Pero logró realizarlo con éxito. En cuanto terminó, la adrenalina se
desvaneció de su sistema como si nunca hubiese existido, y se sintió blanca y fría como la nieve. ¿Qué había pasado?
Tartamudeando, pidió a Aarón que
estuviese pendiente del torniquete, y el enfermero, ahora más calmado que ella,
procedió a hacerlo. Entonces Sabela fue hacia el oloroso cubo de basura y su
desayuno se unió al de su compañero. ¿Qué había pasado? Se preguntó de nuevo.
Sus oídos habían pasado los últimos minutos taponados, para ellos solo existía
el interior de la UCI, pero en ese momento recordaron que había un mundo ahí
fuera. Ahora podía escuchar, además de los pasos, los gritos y los disparos, una
especie de melodía que no lograba ubicar pero la hacía sentirse segura. La
policía ya estaba allí.
No todo había acabado aun. Media
hora de tiroteo y otra de silencio completo se sucedieron, mientras Sabela,
Aarón, la anciana y las dos mujeres inconscientes esperaban, inmóviles y sin
producir ruido alguno, a que todo pasase. No fue hasta que los primeros agentes
entraron en la UCI que Sabela se permitió abrazar a uno de ellos y dejar que
las lágrimas y el miedo fluyesen desde su interior.
Escuchó como les explicaban quién
era la paciente y por qué se había armado tanto lío para intentar asesinarla. Luego,
como Aarón les respondía con lo que había pasado, y como los policías la
llamaron heroína. Pero no lo era. No quería serlo. Por favor, ojalá no lo
hubiese sido. Se suponía que iba a ser un día normal, que solo tendría que
hacer su trabajo, ir muchas veces al baño y volver a casa a ver la tele,
discutir con su marido y luego quizás un poco de sexo, con o sin él. Y así iban
a ser todos los días del resto de su vida. El miedo, la muerte, la sangre, el
sudor y la orina en su ropa, los gritos…. Otra vez las mariposas. Tranquilo cariño, mamá no volvería a hacer algo así. No valía la
pena.
Pero entonces, vio como una débil y
pálida Inés abría los ojos un segundo, y luego volvía a cerrarlos. Vio como su
pecho subía y bajaba. Como los médicos atendían a la paciente inconsciente,
como la máquina marcaba sus constantes vitales estables. Y de nuevo, otro
movimiento en su interior. Sí, vale, tienes razón. Había valido la pena.
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"Un héroe es todo aquel que hace lo que puede."
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