Palabras: Supercalifragilisticoespialidoso, Vibrador,
Cámara, Llama ángeles, Alpaca
Los ojos de Ngurah se perdieron entre
las llamas, hipnotizados. Rojo, amarillo y naranja se abrazaban y lamían entre sí,
consumiéndose poco a poco hasta que no quedó nada de ellos, solo cenizas. Solo
entonces la música ceremonial regresó a sus oídos, y el cuerpo de Ngurah se
movió lo más mínimo, para buscar a su hermana con la mirada. Suryani estaba
allí, a su lado, observándola con una sonrisa. Siempre le hacía gracia lo
absorta que se quedaba con el fuego.
Sus mejillas se ruborizaron y se llevó
las manos al vientre. Apoyó una sobre la piel, para poder sentir a su pequeño,
y con la otra sostuvo el llamador de ángeles que pendía ante su ombligo. En
cuanto Gobiah naciese no podría pisar el pura en unos meses, se vería privada
de ese fuego que la tranquilizaba más que nada en el mundo. Para los balineses
no había nada más sagrado que la música, pero ella la siempre la ignoraba. No,
para ella no había nada más sagrado que el fuego que la hacía olvidarse de
todo. Pero quizás no se diese ni cuenta, para aquel entonces tendría a una
hermosa criatura en casa que le recordaría todo lo bueno del mundo.
En cuanto terminó la ceremonia,
Ngurah y Suryani recogieron sus cestas para las ofrendas, ahora vacías, y corrieron
hacia el coche. Se había alargado demasiado, y la primera tenía una reunión
importante. Instó a su hermana a que condujese a toda velocidad por el puente
que unía la isla en la que se encontraban con Denpasar, pero se negó. Ya era
demasiado peligroso conducir por las carreteras indonesias como para hacerlo con
una embarazada de copiloto.
El enorme cartel con una alpaca
hablando por un teléfono móvil que gobernaba el edificio al que se dirigían,
mucho más alto que las bajas construcciones habituales en Denpasar, podía
atisbarse a calles de distancia. Pero eso no quería decir que estuviesen cerca.
Ngurah apremió a Suryani, pero ella no podía hacer nada contra el tráfico.
Llegaría tardísimo a la reunión, era un hecho. Suspiró.
-No te van a despedir por llegar
tarde una vez en tu vida, Ngurah.
-Lo sé.
Eso no era lo que la preocupaba. Suryani
la dejó en la entrada del edificio y ella corrió hacia los ascensores a toda la
velocidad que podía alcanzar con ese contrapeso que ahora tenía en el vientre. No
sirvió de nada, la reunión había empezado y no la dejaron entrar. Ngurah gritó,
sin importarle que sus compañeros estuviesen delante, y se fue enfurecida a su
despacho. No podía culpar a nadie más que a si misma, pero eso no apaciguaba el
cabreo. Agarró el llamador de ángeles y lo agitó. Se suponía que la música que
producía no solo servía para calmar al feto, sino que también a la madre. Lo
agitó una y otra vez, cada vez con más furia, pero no servía de nada. Se lo
arrancó de un tirón, rompiendo la cadena, y lo arrojó contra la pared.
Nada más llegar a casa, escuchó la
silla de ruedas de Windha dirigiéndose hacia la entrada. Ngurah saludó a su
marido acariciando cariñosamente su mejilla con la nariz, y él le preguntó cómo había ido su día. Bien, le dijo. No le había contado nada sobre el posible
ascenso porque esperaba que fuese una sorpresa. Menos mal. Windha la miró con
preocupación, y ella le aseguró que estaba bien. El hombre asintió, pero Ngurah
sabía que no era tonto, y que se había dado cuenta. Era consciente de que si le
insistía otra vez en ese momento, le acabaría contando todo, así que se excusó
para ir a la ducha. Necesitaba aclararse.
Mientras las gotas de agua caliente
caían sobre su piel, intentó poner su mente en orden. Por una estupidez, por
una visita al pura que se había alargado, había perdido el maldito ascenso. Y
lo habría tenido fácil. Su jefe le había dicho que con el buen trabajo que
estaba haciendo últimamente, con una simple presentación decente lo tendría en
la palma de las manos. Había pasado noches en vela, entre antojos y vómitos,
preparándola. Era perfecta. Habría sido un supercalifragilisticoespialidoso, un
chasqueo de dedos, y un aumento de sueldo aparecería en su cuenta bancaria. Pero
había tenido que ir al pura de la isla para pedir suerte a los dioses. No le
había valido el día anterior, ni cualquiera de los otros templos de la ciudad, no. La
culpa era suya.
Cerró los ojos al poner la cara
bajo la alcachofa de la ducha, y todo lo que vio fue la siempre sonriente alpaca
del logo de su empresa, mirándola, riéndose de ella. Tantos años estudiando
ingeniería, matándose a trabajar para esa peluda alfombra con patas, ¿y ahora qué?
¿Bastaría su sueldo para pagar esa casa, para mantener a un marido que no
aceptaban en ningún trabajo y a un hijo que estaba por venir? No lo creía.
Abrió los ojos, pero la sensación
de la alpaca riéndose de ella seguía en su cuerpo. Intentó pensar en otra cosa.
El gigante cartel de su edificio se prendía en llamas, colores cálidos que
lamían al estúpidamente feliz animal y a su estúpido teléfono. El fuego que
danzaba ante ella, que siempre conseguía relajarla, esta vez no servía de
nada. La sonrisa blanca seguía allí, entre las llamas, convirtiéndose en culpa
en vez de en ceniza.
No sabía cuánto debía llevar en la
ducha, pero no podía ir con Windha en ese estado. No podía verla así, a punto
de estallar en lágrimas, o de romperse la mano contra la pared, o de una
combustión espontánea. Necesitaba relajarse. Su mirada se encontró con el
alargado aparato metálico que guardaba en la estantería de la ducha, y lo
recogió. Si el sexo no la calmaba, nada lo haría. Lo llevó a la entrepierna y
lo encendió. Pero por más que lo intentó, las vibraciones le transmitían
nervios, no placer. Siguió insistiendo, si el fuego no había funcionado, eso
tenía que hacerlo. Pero lo único que consiguió fue hacerse daño, y al igual que
el llamador de ángeles, lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared,
rompiendo un par de baldosas. Genial, algo más que pagar.
Ngurah llegó por fin a la cocina,
con los ojos y los nudillos enrojecidos. Estaba convencida de contarle todo a Windha, como la había fastidiado, como había jodido su futuro. Pero aunque la
cena estaba servida, su marido no estaba allí. Ngurah lo llamó, pero nadie
contestó. Se asustó durante un instante, pero en seguida se dio cuenta de que
había algo más que la vajilla sobre la mesa. Una cámara de vídeo, con una nota
escrita a mano sobre ella. “Todo irá bien.” Era la letra de Windha.
La cámara estaba encendida, y
Ngurah le dio al play. El lugar que apareció en la pequeña pantalla le resultó
muy familiar. Era el pura de la isla de Serangan, el mismo al que había ido esa
mañana. No entendía. Entonces vio a gente llegando al lugar, vio las ropas que
llevaban, reconoció algunas caras. Era el día de su boda. El vídeo se cortó un
segundo, y los invitados y la panorámica del hermoso pura fueron sustituidos
por el fuego ceremonial, prendido para que Agni fuese testigo de su unión.
Al ver las llamas, Ngurah sintió
como todo su cuerpo se relajaba, las preocupaciones se escondían en lo más
profundo de su mente, e incluso una sonrisa se formaba en sus labios. Y no era
por el fuego. Sino por el “Todo irá bien” escrito a toda prisa en ese pedazo de
papel pegado con celo a la cámara. O más bien, por la persona que lo había
escrito. Windha tenía razón, todo iría bien. Lo tenía a él a su lado, tendría a
Gobiah, seguía teniendo su trabajo. Algo se les ocurriría, se las apañarían,
como siempre. No eran Mary Poppins, no les bastaría con una palabra inmensa y
un chasqueo de dedos para conseguir lo que deseaban. Necesitarían más esfuerzo
y tiempo, pero lo harían igualmente. Y, quizás, si tenía tiempo, podría comprar
un poco de pintura negra para tapar la sonrisa de esa alpaca de cartel.
**************************************************************
"Si no existiera el invierno, la primavera no sería placentera, y si no pasamos por la adversidad, la prosperidad no sería bienvenida."
"Si no existiera el invierno, la primavera no sería placentera, y si no pasamos por la adversidad, la prosperidad no sería bienvenida."
Anne Bradstreet