Palabras: Serendipia, Petricor, Efímero, Desenlace, Etéreo
-¡Mewan tío, ya que no espabilas nos vamos sin ti, chao!
Mewan se sobresaltó por el ultimátum
de Athula, acabó de peinarse con rapidez y salió a toda prisa de la
habitación, llegando por los pelos a detener con el pie la puerta del ascensor antes de que se cerrase completamente. Athula, Kajan y Champaka se rieron de él, pero Mewan los ignoró. Era su
primera vez en un país extranjero, y quería aprovecharlo. Los cuatro estaban
allí, en Trinidad y Tobago, como parte de la selección de cricket de Sri Lanka,
disputando el mundial. Los otros tres, al igual que la inmensa mayoría del
equipo, ya habían salido del país en diferentes ocasiones, pero Mewan, a sus 20 años, nunca había tenido la oportunidad.
Llevaban allí ya varios días, pero
entre los partidos y los entrenamientos su vida se había confinado al hotel y a
los campos de cricket. Afortunadamente, ya que tenían unos días hasta el
próximo partido, Champaka había convencido al entrenador para que dejase
llevarse a quien quisiera a hacer un poco de turismo por Puerto España, y Mewan
se había apuntado sin dudarlo. Lo que no se imaginaba era que en unas horas poco le importaría conocer mundo.
En la entrada del hotel les esperaban
un par de compañeros de equipo, un asistente del entrenador y dos mujeres
vestidas con el mismo uniforme blanco y azul. La mayor de ellas se
presentó como Maureen, su guía turística para esa tarde, y a la más joven, que
parecía poco mayor que Mewan, como Florence, su ayudante. Todos sus compañeros
estaban como locos por esta última, sin parar de hablar de sus ojos, sus piernas
y toda su anatomía corporal. Mewan, en cambio, ni se fijó dos veces en la joven. En ese momento
solamente tenía ojos para la exótica ciudad que se cernía ante ellos.
Recorrieron las calles y las verdes
cercanías durante horas, hasta que finalmente se detuvieron a comer en un
lujoso restaurante junto a la playa. Mewan dudó un poco antes de entrar, al
contrario de sus compañeros, que hambrientos siguieron a toda prisa a Maureen.
No le convencía nada la idea de aventurarse en un nuevo país para acabar
comiendo en un lugar de los que seguramente podría encontrar en cualquier otra
zona rica del mundo. ¿Pero qué le iba a hacer?
-Prefieres una muestra de la comida
local, ¿verdad?
Mewan se giró hacia Florence,
avergonzado, y movió con timidez la cabeza de izquierda a derecha indicando que
sí. Pero la mujer pareció confusa con el gesto, y con más vergüenza aun, se lo repitió con palabras. Florence sonrió y
le dijo que le diese un minuto, y la joven entró corriendo en el restaurante
dejándolo solo. Justo en ese momento un grupo de acaudalados cingaleses que les
habían seguido allí para ver a su selección se acercó a él entusiasmado,
pidiéndole autógrafos, y a ello estaba cuando Florence volvió a por él unos
minutos después.
Aunque durante la visita no
se habían dirigido la palabra en ningún momento, Mewan no pudo sentirse más cómodo
pasando la tarde con esa desconocida. A pesar de que en ocasiones les costaba entenderse, ya que él no era el mejor hablando inglés, consiguieron mantener sendas y
animadas conversaciones mientras Florence le hacía un rápido recorrido por las
zonas menos conocidas de la ciudad, y lo llevaba a sus puestos de comida
favoritos.
Una fuerte lluvia les pilló de
pleno cuando paseaban por el paseo marítimo y tuvieron que correr a
guarecerse. Y sentados bajo una endeble estructura de madera y paja siguieron
charlando, sin darse cuenta de que la lluvia ya había parado rato atrás y el
petricor inundaba sus fosas nasales. No quería que esa tarde acabase, pero
cuando tanto su teléfono móvil como el de Florence estuvieron a punto de colapsar
por las llamadas del asistente y de Maureen, tuvieron que dar por terminada esa
efímera velada.
Al día siguiente, en el vestuario,
Mewan tuvo que soportar los interrogatorios y burlas sin fin de Rajan y Athula,
que no podían comprender como no había pasado nada con Florence, ni como no
tenía ni su número. Champaka y otros veteranos, más tradicionales,
ponían mala cara ante los comentarios de sus compañeros, pero no acudieron en
su auxilio tampoco. Mewan pasó de ellos. La verdad era que nunca se había
preocupado mucho por las mujeres, y no por falta de oportunidades, ya que al
fin y al cabo contaba con la fama y el cuerpo de un deportista de élite al que
muchas jóvenes de su ciudad ansiaban conocer en profundidad. Pero siempre las
había evitado o rechazado, llegando al punto de que incluso alguno de sus
amigos y hasta su hermana le habían llegado a preguntar si le gustaban los
hombres, o si era asexual. Pero no era así, simplemente nunca le había interesado ninguna de las que había conocido, no le
parecía tan complicado. Pero como para intentar hacerles entender eso a esos
dos pesados…
Enseguida tuvo otra cosa por la que preocuparse. Mira que había que ser estúpido. Durante el entrenamiento hizo una pausa para tomar un poco de agua, y se dirigía al banquillo a buscar su botella cuando tropezó inexplicablemente con una
pelota que alguien había dejado por ahí tirada. A pesar de lo
aparentemente leve que había sido la caída y de la protección que llevaba, pudo
sentir como algo se partía en su pierna y como las risas de sus compañeros se
apagaron en el momento en el que escucharon el potente grito de dolor que emanó
de sus pulmones.
Así que genial, allí estaba,
postrado en una cama de hospital por pisar una estúpida pelota. Mientras tanto, sus compañeros de equipo lo habían dejado atrás, ya que el resto de partidos tendrían lugar en otros países del Caribe, acompañado solamente por Harshani, una de las fisioterapeutas de la selección, y no precisamente la persona más animada del mundo. No es
que se fuese a notar mucho su ausencia, también tenía que decirlo, ya era el eterno reserva, pero le habría encantado acompañar a su equipo, vivir esa experiencia con ellos y disfrutarla al máximo, como era obvio.
Harshani golpeó la puerta en ese
momento, diciéndole que tenía visita. Florence. Esta vez era ella
quien desprendía una evidente timidez, intentando imitar el saludo cingalés con
torpeza, provocando que una sonrisa se formase en la cara de Mewan. La joven le
explicó que se había enterado de la lesión, y que sabiendo que su equipo jugaba
en Guayana, imaginaba que podría agradecer algo de compañía. Aunque bueno, si
se estaba propasando y él quería que lo dejase solo, lo haría sin problema. Un pánico presuntamente inexplicable inundó a Mewan. No, no, por favor, quédate.
Los siguientes días recibió visitas
diarias de Florence, primero al hospital y luego al hotel, ya que Harshani
había decidido que ya que la selección no estaría asentada en un solo lugar,
cuantos menos viajes hiciese Mewan para seguirlos, mejor. Estaría en Trinidad
hasta que su equipo perdiese o llegase a la final. Y no podía negarlo, lo
estaba pasando mucho mejor con media pierna escayolada acompañado por Florence, que sentado en el banquillo en perfecto estado viendo como jugaba su equipo. Eso le hacía pensar
en lo que le repitieran Rajan y Athula una y otra vez. ¿Quizás...?
Tardó unos días más en salir a la
calle, gracias a la gran habilidad de convicción que Florence consiguiera
ejercer sobre la ruda Harshani. De hecho, cuando se fue, Mewan creyó ver
incluso una sonrisa de complicidad en la estoica mujer. Pero probablemente fuesen cosas
suyas. Florence lo llevó a dar una vuelta de nuevo por el paseo marítimo,
ayudándole a que se habituase a andar con muletas. Pero el joven estaba más
atento a ella que a las muletas, así que como era de esperar, no tardó en
perder el equilibrio y estar a punto de darse de bruces contra el suelo.
Florence consiguió sujetarlo con
firmeza, y sus caras quedaron a apenas unos pocos centímetros. Se miraron
fijamente durante unos segundos, sin moverse ni articular palabra, hasta que la
mente de Mewan se dio cuenta de las manos que Florence apoyaba con fuerza en su
pecho y su costado. Nunca había sentido tan cerca a una mujer que no fuese de
su familia, y notó como algo en su entrepierna despertaba al mismo tiempo que
el enrojecimiento cubría su cara y se apartó de ella con rapidez mientras le
pedía disculpas y le daba las gracias en la misma frase.
Florence le acompañó de nuevo a su
habitación de hotel, y justo cuando iban a despedirse, con Mewan todavía muerto
de vergüenza, ella le dijo que le había traído una cosa, pero que sinceramente
no sabía si era apropiado. ¿El qué? Se notaba que ella también se estaba
derritiendo de la vergüenza mientras sacaba con una mano temblorosa una pequeña
botella de ron de su bolso.
-P-p-por si te apetece probar un
poco.
Mewan se quedó paralizado,
entendiendo por donde iban los tiros. Creía que debía negarse, pero quería
decir que sí. Así que por fin reunió valor y volvió a sacudir la cabeza. Y esta
vez Florence sí que entendió el gesto.
Horas más tarde, Mewan se
encontraba boca arriba en su cama, con la pierna escayolada completamente
estirada, los ojos abiertos escudriñando el techo y una sonrisa tonta en la
cara, mientras Florence dormía a su lado encogida sobre sí misma. La pierna del
joven dolía por el esfuerzo, pero apenas la sentía. Se sentía etéreo,
intocable, como si en cualquier momento fuese a empezar a levitar y a atravesar
el techo, dirección a vete tú a saber dónde. Se pasó la mano por los labios,
sintiendo todavía en ellos el sabor y la humedad de la boca de la joven. Sonrió
aún más. Había sido una noche fantástica. Habían bebido, habían hablado, habían
bebido más, se habían reído sin parar. Se habían besado. Se habían disculpado
mutuamente, avergonzados por la osadía, pero luego se habían vuelto a reír y a
besar.
No habían llegado a desnudarse ni a
hacer nada más, aunque Mewan sí que había sentido la tensión en sus
calzoncillos pidiéndole lo contrario. Pero en el momento ni se lo había planteado,
estaba más que perfectamente cómodo. Miró a Florence, que aunque tenía los ojos
cerrados, parecía estar despierta. Le acarició el pelo y ella respondió posando
su mano sobre la suya y acariciándola. Mewan se agachó y la besó en la cabeza.
A ella, su serendipia, ese gran descubrimiento hecho por casualidad. ¿Quién iba a pensar que ser banquillero de su selección y tener la lesión más torpe del mundo le habría llevado hasta allí?
Pero todo se acababa. Mewan salió
del aeropuerto en su Galle natal, fingiendo que escuchaba por enésima vez una
de las anécdotas de Athula mientras buscaba a su familia con la mirada. Allí
estaba, su hermana Dilipa, con las peques. Mewan se despidió de su compañero y avanzó a saltitos todo lo rápido que le permitían las muletas, dejando que
lo abrazasen con fuerza mientras reían y gritaban su nombre. Sonrió por primera
vez en días, era justo lo que necesitaba.
Ya en casa, con las niñas
acostadas, Dilipa se acercó a él con dos tazas de té caliente y le preguntó qué
pasaba. Mewan suspiró, ¿por qué siempre se daba cuenta? Y le contó todo. Él y Florence aprovecharan los días que tuvieron juntos todo lo posible, pero finalmente llegó la gran final, y él y Harshani tenían
que poner rumbo a Barbados, dónde su equipo acabaría perdiendo. Ambos
sabían que la despedida estaba a la vuelta de la esquina, ese desenlace que habían tratado de
retrasar lo máximo posible. Pero no podían luchar contra el tiempo.
Palabras, lágrimas, saliva, fluidos sexuales, sudor y hasta un poco de sangre los habían
bañado esa última noche juntos, golpeada por un muro de realidad. No podían
hacer nada, no podían condicionar sus vidas por alguien que conocían desde
hacía unas semanas, por muy fuerte que fuese lo que sintiesen. Estaban en
puntos distintos del mundo, en puntos distintos de la vida, y aunque era una
mierda, era. Mewan aun así quiso convencerse de que podrían intentarlo, de que
quizás podría funcionar. Y Florence respondió “Sí, podría. Pero sabes que lo mejor es...”
Y supo que tenía razón.
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"Carpe diem."