jueves, 3 de diciembre de 2015

El destino viste de plumas

Estilo: Comedia 

Palabras: Mauricia, Loro, Coche

Como todos los días, Mauricia se preparó para salir de casa. Se dio una ducha fría que le caló hasta los huesos, peinó con cuidado los finos y escasos pelos que le quedaban, tropezó con la alfombra al salir por la puerta, se enfundó en esas ropas holgadas que no hacían más que recordarle que estaba mayor y se cubrió con varias capas de maquillaje para ocultar esas arrugas que no dejaban de acosarla. El silencio en el apartamento se vio interrumpido de golpe por una sola palabra:

-¡Coche!

Mauricia maldijo. Se había olvidado por completo. El estúpido loro tenía cita con el veterinario. Cambio de planes. Fue a todo correr a la terraza, donde se encontraba esa gran jaula azul con Besugo dentro. Por las fotos que había visto, cualquier otro animal de su especie era rematadamente precioso. Esas plumas pequeñas y brillantes, de colores tanto verdes  como una manzana recién caída del árbol, como de un rojo atardecer hermoso. No sabía de la existencia de aves tan bonitas hasta conocerlo. Pero en cambio, ahí estaba Besugo, esmirriado y medio desplumado, con unos ojos bizcos inyectados en sangre que convertían su mirada en un arma que provocaba escalofríos o risas en cualquiera que los mirase. Menos en Mauricia, claro, ella ya estaba acostumbrada.

-¡Coche! – repitió Besugo.

-Maldito bicho, ¿por qué no dirás otra puñetera palabra? Di “Hola”.

-¡Coche!

Todos los días la misma cantinela. Mauricia suspiró, derrotada. Llevaba dos años intentando que el pájaro aprendiese alguna que otra palabra, siguiendo consejos del veterinario o de foros que encontrara en internet. Pero no había manera. Coche. Coche, coche, coche. No había quien le quitase esas cinco letras del pico.

-Bueno imbécil, hoy te toca veterinario, así que por favor, estate tranquilito cuando salgamos a la calle.

-¡Coche!

Como esperaba, nada más cruzar el portal, Besugo se volvió loco. No dejaba de menear la jaula, y los viandantes no apartaban ojos de la mujer con la raquítica bestia emplumada. Maldito el momento en el que adoptó a ese estúpido bicho. Un par de años antes había aparecido en el alféizar de su ventana, malherido y deshidratado, y no pudo hacer nada más que acogerlo. Hablando con su veterinario y vecinos, descubrió que era la mascota de un joven que había fallecido en un accidente doméstico. Nadie sabía ni qué le había pasado al loro ni como había llegado hasta Mauricia. Lo que sí pudieron decirle es que nunca antes había tenido tal obsesión con esa palabra.

-¡Coche!

-Mira Besugo, te juro que cómo repitas eso, ato la jaula a un puto yunque y te tiro al puto río.

-¡Coche!

Mauricia entornó los ojos. Si hubiese cumplido sus amenazas, Besugo habría muerto todos y cada uno de los días. Así que siguió caminando, intentando ignorar los chillidos y movimientos del pájaro. Pero hubo un momento que no pudo más.

-¡Coche! ¡Coche! ¡Coche! – gritaba como un poseso mientras cruzaban la calle.

-¡Ya estoy hasta los cojones, pajarraco de mierda! ¿Pero tan difícil es aprender una puta palabra distinta? ¿Es qué pretendes volverme loca?

-¡Coche! ¡Coche! ¡Coche!

-¡Pero que te calles, coño! Tenía que haberte ahoga…

¡PUM! Esta onomatopeya no es capaz de reflejar con fidelidad como fue percibido el golpe seco producido por el encuentro del morro de un turismo rojo con el pequeño y enclenque cuerpo de Mauricia. La mujer salió por los aires, como si de una muñeca de trapo se tratase, y alguno juró escuchar incluso el crujido de sus huesos rompiéndose al darse contra el asfalto. A lo que nadie prestó atención fue a Besugo, que aprovechó que la jaula se abriese con el impacto y salió disparado, desapareciendo entre el gentío como si nunca hubiese estado allí.

No se detuvo hasta que se posó sobre la barandilla de una terraza, donde una joven se lo encontró. Tímidamente se acercó hacia él, y al ver que no parecía asustarse por su presencia, se atrevió a acariciarlo.

-¿Qué te ha pasado, pobre pajarillo?

-¡Escaleras!

-Oh, sabes hablar. ¿Y puedes decir alguna otra cosa, pequeñín?

-¡Escaleras!

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"Morirás, es estúpido temer lo que no puedes evitar." 
Séneca el Joven

Podéis ver un pequeño guiño sobre cómo acaba esta historia en Chocolate, bálsamo e Izal.

Gracias a Noe por las palabras, aunque siento no haber sido capaz de hacer una comedia de verdad. Aunque oye, hay sentidos del humor para todo. Nah, en serio, intentaré hacer bien el encargo con el tiempo ;)

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