Temática: Final feliz
Palabras: Lotería, Vacuna, Calidad
-Carne de vitela de primeira
calidade! Temos de oferta carne de
vitela de primeira calidade!
Esa fue la primera vez que escuché
la voz de Juanita. Me sorprendió que alguien nacido a pocos kilómetros al norte
de Lima pudiese hablar tan bien en gallego con ese acento propio del Salnés. Yo
no estaba muy motivado para entrevistarla, así que me tomé mi tiempo. Observé a
lo lejos como atendía a los clientes mientras me mensajeaba con mi amigo Toño.
Las gemelas nos habían tenido en vela a mi mujer y a mí durante toda la noche,
y habíamos tenido una fuerte discusión matutina. Ni siquiera mis ojeras sabían
si estaban de paseo por mi cara por sueño o por cansancio.
Me desahogué con Toño, contándole
todo sobre la larga noche, la bronca con la parienta y la desilusión sobre la
entrevista. No voy a mentir, no me entusiasmaba haber estudiado cuatro años de
carrera de Periodismo para acabar haciendo un reportaje sobre una carnicera a
la que le había tocado la lotería. Nunca me habría imaginado que esa señora me
haría ver el mundo de una manera completamente distinta.
No, en ese momento solo estaba
cagándome en todo por verme reducido a ese trabajo en un periódico de pueblo.
Mientras otros cubrían el atentado de Madrid, los conflictos en Australia o
aquella misteriosa mujer inglesa que salvaba vidas todas las semanas, a mí me
tocaba esperar a que A Juanita despachase toda la mercancía.
-Carne de vitela de primeira
calidade! Temos de oferta carne de
vitela de primeira calidade!
En parte no podía evitar
sorprenderme cada vez que oía esos cánticos. No es que conozca a muchos
millonarios, pero no creo que ninguno de ellos suela gritar algo ni remotamente
parecido. Aunque sus palabras resonaban en mi cabeza, yo seguía sin hacerle
mucho caso. Seguía pendiente de mi conversación con Toño, de otra con mi
señora, que llevaba toda la mañana pateando farmacias en busca de la vacuna
para la meningitis B para nuestras niñas, y de otra sobre los preparatorios
para el cumpleaños de una amiga de la infancia. Sí, aunque mis oídos estaban
pendientes de ese acento peruano del Grove, mis ojos seguían pendidos en la
pequeña pantalla de mi móvil. Quizás por eso tardé demasiado en darme cuenta de
que mis oídos habían dejado de escuchar esa oferta de carne de primera calidad.
En cuanto lo hice, debería haber reaccionado
a toda velocidad, pero no voy a mentir tampoco. Me dirigí perezosamente al
puesto de la carnicera, dónde Juanita y su joven ayudante recogían el producto
y lo guardaban para el turno de tarde. En cuanto me acerqué, el ruborizado
chaval adivinó inmediatamente a qué iba, y susurró algo al oído de su jefa. La
mujer me miró de arriba abajo, me sonrió como si me conociese de toda la vida,
y se acercó. En ese momento ya fui consciente de que esa mujer era especial.
Sólo con esa mirada y esa sonrisa me había transmitido… No sé explicarlo.
Cuando entrevisto a alguien,
siempre tengo miedo a sentirme vulnerable, a que se giren las tornas y sea yo
quien acabe siendo el entrevistado. Siempre me pasa, tanto la vez que
entrevisté a la ministra de Defensa como cuándo me tocó hablar con el niño que
había ganado un concurso de dibujo en su colegio. Por lo tanto, antes de cada
una, levanto una muralla de ladrillos amasados con indiferencia sobre mi
corazón, una muralla que recubro una y otra vez para que nadie la derribe. Pero
con Juanita… Simplemente no sentí la necesidad.
Enseguida comprobé por qué no hacía
falta. Hablar con ella era tan fácil. Era como estar en casa, como estar con mi
mujer o mis amigos tras un día duro de trabajo, como ir a ver a mi abuela en semana
santa y dejarme sumergir por sus historias. Juanita me pidió por favor que no
reprodujese sus palabras al pie de la letra. Dijo que sabía que hablaba de una
forma muy coloquial, y le daba vergüenza que sus amigas se riesen de ella. Tras
decir esto se rió, y me hizo reír a mí también. Todavía no tengo claro si lo
dijo en serio o no, pero por si acaso, mantendré la promesa.
En apenas unos minutos ya había
hecho todas mis preguntas. Tampoco es que fuese una lista muy larga, todo hay
que decirlo. Pero la conversación se alargó mucho, mucho más, y yo apenas me di
cuenta en el momento. En cierto sentido, Juanita me recordaba a Odèle, mi
mujer. Ella también había venido desde otro país, y hacía años que era más
ourensana que marsellesa.
Vale, su tímido acento francés no
había desaparecido de manera tan evidente como el de la mujer que tenía ante
mí, pero no es a eso a lo que me refiero. Dejadlo, es difícil de explicar. Lo
resumiré en que no era solamente su forma de adaptarse a una nueva tierra lo
que me recordaba a Odèle, sino también esas sonrisas, esos gestos, esa retranca,
que me hacían sentir cómodo y seguro hablando con ella.
Sus respuestas me habrían
sorprendido en cualquier otra persona, pero por algún motivo, no en ella. No
sé, podía sentir que le venían como anillo al dedo. Lo primero que hizo cuando
ganó la lotería fue invitar a una cena a toda su familia. No hizo ningún
derroche, tampoco invirtió en bolsa. No dejó la carnicería ni un solo día, no
se compró ropa nueva, no visitó ninguna ciudad.
No malcrió a sus sobrinos, tampoco
a sus nietos. Mandó un poco de dinero a su hermana mayor en Perú, y también
tapó algunos agujeros, eso sí. Tan normal, tan tediosamente normal. Y a la vez
tan perfecto. No sé qué más decir. No me sorprendió hasta que ya habían pasado
horas de la entrevista, hasta que le comentaba mi día a Odéle, iluminados por
la pequeña pantalla del televisor.
Pero no puedo acabar la historia
aquí, no, sería una injusticia que lo hiciese. Juanita me pidió encarecidamente
que no contase esto, y aunque su anterior petición la cumplí, no me arrepiento
nada de incumplir esta. El caso es que estábamos hablando de su negocio, cuando
la voz de Regina Spektor me recordó desde mi móvil que era hora de la inyección
de insulina del mediodía. Por muy cómodo que estuviese con Juanita, me parecía
inapropiado pincharme el vientre delante de ella, así que me disculpé y me fui
al baño de la cafetería en la que estábamos tomando unas cañas.
Cuando regresé a mi mesa, fui
sorprendido porque la mujer había encargado una empanadilla de atún. Antes de
que pudiese ponerme colorado siquiera e intentar rechazar el detalle, ya me
había convencido de que no era nada. Sabía que me sentaría bien comer algo tras
la inyección, y tenía razón. Había algo en ella que era como estar en casa, y
no pude negarme.
Pero eso no es lo que quería
contar, me fui un poco por las ramas. De alguna manera, lo que siempre temí,
sucedió con Juanita. Y no me importó. La entrevista se dio la vuelta, ella se
acabó convirtiendo en la periodista, y yo en el entrevistado. Y repito, contra
todo pronóstico, no me importó. No sé si es porque era ella, o si porque
realmente le tenía un miedo infundado a esa situación. Me decanto más por lo
primero.
Le acabé contando mi vida. Bueno,
no fue un monólogo de mi parte, ni tampoco un interrogatorio. Pero al igual que
hace un amigo cuando sabe que te pasa algo, consiguió sacar mis inquietudes al
exterior contando lo justo sobre sí misma. No porque fuese reservada ni nada
por el estilo, no. Sino porque se preocupaba por mí. Sí, se preocupaba como una
madre por un hombre que acababa de conocer y que apenas un par de horas antes
maldecía al mundo por tener que hablar con ella. Deliciosa ironía.
Ahondamos en mis problemas como
sólo habría hecho en una noche con mis mejores amigos o en una sesión con una
psicóloga. En mis largas noches sin dormir desde que Xiana y Chloé llegaron a
mi vida hace apenas unos meses. En mi mala relación con mi padre. En todos esos
sueños laborales incumplidos. Y por no hablar de los pequeños problemas, los
problemas del día a día. Como lo preocupados que estábamos últimamente Odèle y yo por su hermana pequeña. O como en esas malditas vacunas para la meningitis B que
no aparecían por ninguna parte. Tanto Odèle como yo sabíamos que tampoco corría
mucha prisa, que nuestras niñas no estaban asumiendo un riesgo muy elevado por
tener que esperar más, no. Pero… Solamente queremos lo mejor para ellas,
supongo.
De nuevo, me voy por los cerros de
Úbeda. Aprovecho para apuntarme que debería buscar el origen de esa expresión.
Juanita no se quedó callada tras oír todo esto. Ni tampoco se propuso a
arreglarme la vida. No, ella no es así. Me dio su opinión, consejos personales
de incalculable valor sentimental que prefiero no contar aquí, pero que los
guardaré para siempre. Pero hay una cosa que me dijo, hay algo que… Digamos que
necesito compartirlo. En el mundo parece un lugar un poco mejor cuando oyes
cosas como esas.
“No existe el final feliz” me dijo.
“Es decir, no existe sólo uno. Ni existirá nunca. Nadie llega a un momento de
su vida en el que diga, soy plenamente feliz, todo está de la pitimitri. No hay
nada que me haya pasado, que me esté pasando ahora, que no haga sino infundirme
con felicidad. Es así meu fillo. Pero ah, no todo es tan simple, y sobre todo,
tan triste. ¿Sabes por qué? Porque aunque no haya el final feliz, sí que
tenemos ante nosotros una infinidad de finales feliz. Es eso a lo que iba. La
mayor parte de ellos son pequeños detalles, otros, más grandes, como esas dos chiboliñas
que tienes ahora en casa. Ellas son uno de tus finales feliz, tu muchacha otro,
el día que aceptes que este trabajo que tienes no está tan mal, otro. Y así,
suma y sigue.”
Su discurso sobre los finales
felices no se limitó a eso, pero estaba tan ensimismado escuchándola que no
pude tomar nota tanto como habría querido. Prefiero no contar el resto, antes
que contarlo mal. La cosa es, seguimos hablando un buen rato, no voy a mentir,
hasta que nuestras tripas nos avisaron de que era hora de irse a comer.
Y ese día volví a casa, por primera
vez, orgulloso de mi trabajo. Vale, quizás no estuviese entrevistando a la
presidenta del gobierno tras un intento de asesinato, pero no me arrepentía ya.
Puede que A Voz de Valdeorras no estuviese tan mal, después de todo. Me había
mandado a O Grove a entrevistar a una carnicera ganadora de la lotería, y me
estaba volviendo a casa con algo infinitamente mejor que el depósito vacío. Y aún
no sabía lo mejor, lo que unos días después Juanita me pidió que no contase a
nadie. De nuevo, lo siento Juanita, pero necesito hacerlo.
Cuando Odèle me llamó al día siguiente, casi
gritando de la alegría, sin importarle estar rodeada de sus compañeras de
trabajo, yo no me lo creía. Y cuando lo hice, mi subconsciente me hizo pensar
que era obra de Juanita. Creo que fue la primera vez que acertó algo en su vida.
Habían llamado a Odèle desde una farmacia de Ourense, diciendo que había una
reserva a nuestro nombre y que ya les había llegado la vacuna. Llamé a Juanita
y sí, me confirmó que fue ella. El dinero puede hacer mucho. Puede conceder
muchos finales felices, duela lo que duela oírlo. Y ya que lo tenía, pensaba
usarlo para ello.
No sé cómo agradecerlo. Sé que
puede parecer una tontería, algo muy material. Pero sí, para mí fue un final
feliz. Y sé que para Odèle también. Uno de los muchos que nos quedan, espero.
Volví a O Grove poco antes de escribir esto, quería hablar con Juanita, quería
darle las gracias en persona.
-Carne de vitela de primeira
calidade! Temos de oferta carne de
vitela de primeira calidade!
Cuando oí su voz de nuevo, me di
cuenta que no era necesario. Había hablado antes de mi viaje con sus compañeros
de trabajo, con otros conocidos, y me habían contado detalles similares que
había tenido con ellos. Eso es lo que hacía Juanita con el dinero que había
ganado. Regalar pequeños finales felices a todo el que podía. A ella le había
tocado la lotería, sí, pero para nosotros, ella era la lotería.
-Carne de vitela de primeira
calidade! Temos de oferta carne de
vitela de primeira calidade!
De repente, viéndola sonreír a un
niño pequeño que la miraba cogido de la mano de su padre, creo que me di
cuenta. Creo que entendí a Juanita, me parece que comprendí por qué hacía lo
que hacía. No sé qué fue lo que iluminó mis ideas, y sinceramente, no creo que
tenga mayor importancia. Conseguir finales felices a los demás era su final
feliz. Estoy seguro. Ese es su secreto, y nuestra lotería.
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"Si vas a inventar algo, que sea un final feliz."
Aparecen guiños a: Colágeno, Tornillería S.L., A prueba de balas y Mariposas en el estómago. Y si queréis saber que algo sobre los problemas de la hermana de Odèle, leed Los tambores del vértigo.
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