miércoles, 29 de marzo de 2017

Solo quieren divertirse

Palabras: Siempre, Flashback, Peinado, Borrachera, Improperio

Cualquier otro día, las vacías calles de Bujará a esas horas de la madrugada le habrían parecido aterradoras. Zamira habría estado pendiente de cada esquina, rezando por apareciese cualquier persona que le transmitiese seguridad. Nunca le había pasado nada en ellas, no conocía a nadie que le hubiese pasado algo, era más bien algo instintivo. O quizás, no era más que el fruto de todas las advertencias de su padre sobre lo peligroso que era para una chica caminar sola por la calle a tales horas de la noche.

Pero ese día era distinto. Solo esperaba que no apareciese nadie, nadie que pudiese verla. Podrían darse cuenta, y era lo último que quería. La vergüenza, el deshonor… Estaba segura de cualquiera podría verlos en sus ojos, olerlos en su piel. Se quitó los auriculares con la voz de Cyndi Lauper y sacó el pañuelo de tela que siempre llevaba en el bolso, regalo de la abuela Sitora. Siempre estaba en su bolso, ocupando espacio, ya que se negaba a ponérselo en la cabeza. Pero justo antes de entrar en casa, acompañada de los primeros albores del amanecer, se cubrió el cabello con él. De todas formas, el peinado que tanto le había costado hacer ya no existía, no había nada que enseñar tampoco.

Nada más abrir la puerta se encontró de bruces con su madre, con los brazos en jarra. Quien no la conocía bien, deducía por su metro y medio de altura, su eterna sonrisa y sus ojos afables que era la persona más calmada, tranquila e inocente del mundo. Pero ella la había visto enfadada antes, así que sabía a que atenerse. Pensó en ser fuerte, en no contarle nada, en soportar la bronca que le iba a caer e irse a dormir a su habitación. Pero en cuanto su madre abrió la boca para reñirle por haber llegado horas después del toque de queda y por el vodka en su aliento, sus piernas perdieron el valor y se derrumbó en sus brazos.

-Yo solo quería divertirme mamá.

-Lo sé.

Nadiya secó con su manga las lágrimas que todavía vagaban por las mejillas de su hija. Zamira la miró a los ojos y se los encontró devolviéndole la mirada, una mirada cargada de desolación y amor a partes iguales. Sabía que a su madre le habría gustado protegerla, le habría gustado arreglarlo todo con un chasquido de sus dedos, viajar en el tiempo si hacía falta. Pero no podía. No podía hacer nada. Solo cogerla en brazos, intentando protegerla de sus recuerdos, y advertirla de que no le contase nada a nadie. Especialmente a su padre.

Zamira lo entendía. Y algo en las palabras de su madre le hizo darse cuenta de que ella también la entendía, mucho mejor de lo que creía. Que ella y su abuela habían vivido esa escena, años atrás, bañadas en lloros, secretos, cariño, ira e impotencia. Y dolor, sobre todo dolor.

Se escucharon pasos desde el piso de arriba. Akram y Zokir debían haberse despertado ya, estarían en la cocina desayunando en cualquier momento. Nadiya cogió la cara de su hija con sus manos y la besó en la frente. Le recomendó que se fuese a la ducha. No querría que sus hermanos la viesen así, se lo podía asegurar. Además, el agua le ayudaría a sentirse limpia, por lo menos por fuera, aunque por dentro… Su madre se calló, pero Zamira comprendió lo que significaba ese silencio.


En cuanto oyó el teléfono fijo sonando, Zamira supo que significaba malas noticias. Una llamada a esas horas no era fortuita, y la gente que los conocía hablaría con ellos por el móvil. Pudo ver que por la mente de su padre pasaba el mismo pensamiento, y aunque su madre gritó desde la cocina que ella lo cogía, su padre fue más rápido.

Akram y Zokir estaban atentos a la cena y a la televisión, sin darle importancia alguna a lo que estaba pasando a su alrededor. Pero Zamira no podía dejar de mirar hacia el suelo, con los oídos puestos en la voz cada vez más tensa de su padre, y la mano de su madre agarrándole con más y más fuerza de los hombros. En cuanto colgó el teléfono, Nadiya se acercó con normalidad a su marido, pregúntale quién era, pero él la ignoró completamente y se dirigió a su hija.

-¿Qué has hecho?


La cabeza de Zamira daba vueltas sin parar, incapaz de centrarse en dónde estaba ni en qué pasaba. El golpe en la cara le dolía, pero lo que la había dejado realmente atontada había sido darse con la nuca contra la mesa al caer. Una figura borrosa, que por los gritos dedujo que era su madre, se colocó ante ella, en ademán protector, pero un gesto de su padre bastó para arrojarla contra la pared. Escuchó los gritos de sus hermanos pequeños, pero no se movieron. Estaban asustados de su padre, y Zamira los entendía perfectamente. Ella lo estaba aún más.

-El padre de tu amiguita Yulduz me acaba de contar lo que ha pasado. ¿Qué tienes que decirme sobre ello?

-Papá, de verdad, te lo prometo, no sé cómo pasó… Yo no quería… Solo quería divertirme… Por favor,  te quiero.

-Puta.


Su padre la dejó allí, tirada, llorando, herida, con un escupitajo en la cara y un improperio que resonaba en su interior, perforando su corazón sin anestesia. El dolor, como siempre, no se contentaba con hacerla sufrir, sino que le hizo revivir la última vez que había sentido algo parecido. Y no tenía que remontarse mucho.

Había llegado a la fiesta con Yulduz. Realmente no era muy fan de las fiestas, sólo había acompañado a su amiga para hacerle un favor. Sus padres no la dejarían ir sola, y menos si hubiesen sabido que Jamshid estaba allí. Nada más llegar, el joven apareció ante ellas y se llevó a Yulduz con él. Ahí un motivo por el cuál Zamira había desistido en conocer a los chicos de su edad. Sabía que no todos eran así, pero todas sus amigas habían acabado con chicos que en cuanto las tenían, las escondían de los demás, como si fuesen un reloj de oro y piedras preciosas que cuidaban, sí, y del que presumían, también, pero que nadie se atreviese a mirarlo demasiado tiempo o a tocarlo. Por eso se sintió tan bien cuando conoció a Serik.


Se lo había encontrado cuando se disponía a salir del local, ya que prefería esperar a Yulduz en la calle. Él iba con unos amigos, pero al verla, se detuvo a hablar con ella. Al principio Zamira pensó que sus intenciones podían no ser las mejores, pero en unos minutos cambió de opinión. Era encantador, tenía una sonrisa contagiosa y la trataba como a una igual. Tampoco se cohibía ante ella como hacían otros chicos, y eso le gustaba.

La convenció de que entrase con ellos y la invitó a una copa. Zamira nunca había bebido, así que él le prometió que no le dejaría beber lo suficiente como para lamentarlo. Y ella le hizo caso. ¿Quién en su lugar no lo haría? Serik era un imán hecho de encanto y risas, nada malo podría pasarle con él. Bailaron, rieron, se rozaron. Cuando empezó a desinhibirse, Zamira se dio cuenta de que su subconsciente estaba dando señales demasiado obvias a Serik sobre lo que quería con él. Y aun así siguió siendo un encanto, le dio un beso en la mejilla y cuando notó los temblores de arrepentimiento y nervios en la joven, se apartó, le sonrió de nuevo y simplemente le dijo que cómo le había prometido, creía que le tocaba avisarle de que a lo mejor no le convenía beber más.


Volvieron a salir, y se sentaron en unos escalones junto al local. Zamira le aseguró que podía irse, que no se preocupase por ella, que seguramente Yulduz saldría en un momento. Pero Serik la ignoró, y se pusieron a hablar. Ella le confesó que nunca se había divertido tanto. Desde la adolescencia se había centrado en estudiar, y se había prometido a si misma que en cuanto acabase, empezaría a vivir más, a divertirse más. Pero su familia necesitaba dinero, y tuvo que cambiar sus planes universitarios por un trabajo de dependienta a primera hora de la mañana. Así que lo había dejado de lado durante los últimos meses.

Como estaba de vacaciones, Yulduz la había convencido de ir por fin de fiesta con ella, aunque sabía que en el fondo solamente quería una carabina, y de que esa noche no sería en la que fuese a aprender lo que era divertirse de verdad. Pero se había equivocado. Y Zamira, con las mejillas sonrojadas, el corazón a punto de salírsele del pecho, y la visión un tanto borrosa, se giró hacia Serik y lo besó.


Cuando sus labios se separaron, y pudo quitar por fin los ojos de encima de Serik, Zamira vio que Yulduz y Jamshid ya habían salido. Cogió la mano de Serik y le dijo que tenía que despedirse ya, pero que esperaba que le dejase escribir su número en su móvil. La mano del chico apretó la suya. No podía irse. Zamira le repitió que tenía que hacerlo, pero que no pasaba nada, prometía volver a verlo. Pero Serik no le soltaba. Le estaba haciendo daño. El encanto desapareció de sus ojos, convirtiéndose en deseo, o más bien, en hambre.

-Puta.

Zamira intentó zafarse, pero Serik era más fuerte y estaba menos borracho. Ya solo al incorporarse, la chica notó como el mundo se tambaleaba a sus pies, y él la pegó a su cuerpo con fuerza. Después de todo lo que había hecho por ella esa noche no podía dejarle así, le dijo. Uno rápido por lo menos, que no fuese una puta. Zamira se negó de nuevo. Y otra vez. Y otra. Pudo ver como Yulduz intentaba acudir en su auxilio, pero Jamshid, asustado, no le dejó. Un par de chicos que estaban por allí la imitaron, pero los amigos de Serik aparecieron de la nada y formaron un círculo a su alrededor. Y mientras amenazaba a los que intentaban ayudarla y animaban a su amigo, este bajó la falda de Zamira de un tirón con una mano mientras con la otra la agarró con tanta fuerza de la cabeza, que pudo sentir como algunos de sus pelos eran arrancados de su cuero cabelludo. Y en comparación con lo que pasó después, eso no dolió en absoluto.


Zamira llevaba tantos días encerrada que ya había empezado a olvidar los detalles de aquella noche. Todo estaba borroso por el alcohol y las lágrimas, pero había algo que sí que recordaba perfectamente. La sensación cuando… Y los golpes de su padre. Y la palabra puta. Quizás fuese culpa suya. Quizás fuese una puta. Y  no podía soportarlo. Le habría gustado ser valiente, luchar por olvidar, o incluso luchar por justicia. Pero no se veía capaz. Ni tampoco de seguir el ejemplo de su madre, de guardar ese secreto en lo más profundo de su memoria y crear nuevos recuerdos a su alrededor, sin tocarlo nunca más.

Así que cogió papel y lápiz. No lloró mientras escribió, no le quedaban lágrimas ya. En un principio no tenía en la cabeza más que un par de líneas, pero acabó escribiendo una página entera. Y entonces la rompió, la tiró a la basura, y garabateó otra cosa. “Yo solo quería divertirme. Papá, sé que no lo entiendes, y por eso te perdono. Mamá, te quiero. Cuida de Akram y Zokir, y no dejes que hagan nunca a nadie… Yo os prometo que velaré por vosotros siempre. Siempre.”

Y Zamira se giró, se puso de pie sobre la silla de su escritorio, se pasó la soga alrededor del cuello y se dejó caer. 


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"Quiero divertirme, pero no sé bien cómo." 
Malala Yousafzai

Las letras pertenecen a la canción Girls Just Want to Have Fun de Robert Hazard, versionada por Cyndi Lauper.

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