domingo, 5 de marzo de 2017

Hora y media con Emma Stone

Temática: Crímenes de pensamiento

Palabras: Abstenciocracia, Deidad, Ofensiva

-Cariño, por favor, no te enfades. Es sólo una tontería que me imaginé, mujer, no es que te vaya a engañar con Emma Stone.

-Paige, mira, déjalo. Después de acostar a los niños me voy a dormir al sofá, no tengo ganas de hablar del tema.

Mākere arropó al pequeño Rua mientras Paige hacía otro tanto con Evan. Las dos se cruzaron en el estrecho pasillo, y su esposa intentó acariciarla cariñosamente en el brazo, pero Mākere se apartó bruscamente. No estaba de humor. Paige no dijo nada más, miró al suelo, suspiró y entró en la habitación de Rua.

-Mamá, ¿por qué estás enfadada con mamá?

-¿Sabes cuándo haces algo malo y te castigamos? Pues hoy mamá se ha portado mal en el cine y también está castigada. Pero no te preocupes, sólo esta noche.

Besó a Evan en la frente, apagó la luz y se arrastró hasta el sofá. Intentó dormir, pero no podía conciliar el sueño. ¿Es que tanto le costaba entenderlo? Las dos estaban de acuerdo en que engañar a alguien a quien amas era algo más que una traición. Era un crimen. ¿Por qué no entendía que pensar en acostarse con otra persona no era tan distinto a hacerlo? ¿Acaso si pensabas en matar a alguien no estaba mal también? Que no era lo mismo le había dicho. Ya claro, qué conveniente. Ella también se había estremecido viendo a Ryan Gosling y Emma Stone desplegando sus encantos durante la hora y media que duraba La la land, ¿quién no? Pero no se había montado un tórrido trío en su cabeza mientras sostenía la mano de la persona a la que más amaba en el mundo, la única a la que le correspondía estar en sus fantasías eróticas.

-¿Nadie?

Mākere había dormido fatal, y todavía podía notar en su paladar los dos cafés solos que se había tomado antes de llegar a lo que se estaba convirtiendo en su segunda oficina, el salón de actos del colegio Meri Te Tai de Hamilton. Maldecía el momento en que se había presentado a presidenta del AMPA. Se suponía que ese día tenían que tomar una única decisión muy sencilla. Todos los años los niños representaban una haka para recibir el nuevo curso escolar, y debían escoger la hora y el día. Simplemente la fecha, ni siquiera la temática, ni quién se encargaría de organizarlo, ni nada más. Solamente eso. Les había dado cuatro opciones, y ni una mano alzada dando su opinión. Ni a favor de alguna, ni en contra de todas ellas, ni para pedir permiso para ir al baño, nada.

Entonces vio como un brazo cubierto de tatuajes se levantaba tímidamente, y Mākere le dio la palabra. Reconoció de inmediato de quien se trataba. Era Hare Te Ariki, el padre soltero de Hauku, la niña nueva, y a sus veintitrés años era con diferencia el más joven de la reunión. Y el único que parecía tener algo de iniciativa. Después de escuchar su propuesta, Mākere anunció que estaba de acuerdo, y preguntó si los demás tenían alguna otra preferencia. Si la tenían, todos se abstuvieron de darla. Soltó un bufido, y no le importó que la oyesen.

Siempre las mismas chorradas. Llevaba dos años allí, desde que Rua y Evan habían empezado el colegio, y el AMPA siempre se había regido por esa estúpida abstenciocracia que le ponía de los nervios. Se había presentado al puesto de presidenta para cambiar esa situación que impedía que hiciesen algo de provecho, pero había sido imposible. Nadie movía un dedo, ni siquiera por opinar. Y lo peor es que luego la gente se quejaba, tenía cojones la cosa. Ai, que no salió el día que yo quería. Jobá, a mi esta obra no me gusta nada. Ui, me parece muy mal que les ponga a los niños tanto omega 3 en la comida, aún les va a dar un síncope. Carne de dictadura era esa gente. Cruzó una rápida mirada con Hare, que le sonrió. Quizás por fin había encontrado a alguien que le ayudase a mejorar las cosas, por lo menos.

-Yo tampoco lo entiendo, si te sirve de consuelo.

Hare le regaló una media sonrisa, y cruzó los brazos sobre el pecho mientras hablaban. Madre mía, esos musculosos brazos. Mākere se sorprendió a si misma mirándolos furtivamente, como si de un suculento caramelo se tratase, y se sonrojó. Afortunadamente Hare no se dio cuenta, sino que estaba con su atención puesta en otro lado. O más bien, como pronto se dio cuenta, con la oreja puesta hacia otro lado.

Kristin Hu, Quincy Rosenberg y Betsy Little, la Patrulla Ofensiva, como los llamaba ella, ya estaban tocando la moral. Después de no haberse dignado a opinar absolutamente nada, se habían puesto a criticar lo mal elegida que estaba la fecha de la haka, bañando su incongruente diálogo con mordaces insultos y penosas imitaciones. Cerda hambrienta de poder fue lo más suave que le llamaron. Aunque tuvo que reconocer que moa sifilítica fue un insulto original. Vio como Hare se tensaba y se disponía a decir algo, por lo que le agarró del brazo para pedirle que se estuviese tranquilo, que no valía la pena. Pero su mente se entretuvo pensando en la dureza y firmeza del cuerpo del joven y las palabras se perdieron en su garganta, al igual que sus ojos en esos intrincados tā moko dibujados en su piel, mucho más elaborados que el único que ella se había atrevido a llevar en su hombro. 

Los había puesto en su sitio. Betsy había acabado al borde del llanto y Kristin Hu roja de la rabia, mientras que Quincy había desaparecido de la escena cual niño asustado. Mākere y Hare no podían dejar de reírse sobre ello mientras tomaban un café. Le había advertido que ahora podía meterse en líos, pero a él no le importaba. Si treinta padres no eran capaces ni de decir sí o no en una reunión, ¿cómo iba a temer a solamente tres de ellos? Para cuando decidiesen como vengarse de él ya sería abuelo.

Hacía tiempo que no se reía tanto. Ni se sonrojaba tanto. Ni sentía tal atracción. Y no era solo por esos brazos, adornados por suculentos músculos e hipnóticos tatuajes. Ni por esa camiseta que parecía que iba a explotar en cualquier momento. Ni por esa sonrisa pícara, ni esa mirada tan rebosante de juventud y sensualidad. Sino también por lo que decía, por como lo decía. Para ella, escuchar su seductora voz era algo tan absorbente como debió ser para Noé escuchar a Dios recitando los mandamientos en el monte Sinaí. Pero tampoco es que Hare fuese una deidad del erotismo para ella, no. Bueno, un poco sí. Pero vamos, no creía que nadie religioso humedeciese su entrepierna pensando en su dios, que lo imaginase cogiéndola en brazos y penetrándola sobre la encimera. Mierda, ¿qué estaba haciendo?

-¿Pero sientes algo por él?

-¿Qué? ¿Algo como amor, dices? No, no… Sólo… No sé, está muy bueno, y es muy agradable y… no sé, a veces me excito al verle u oír su voz. Me lo imagino haciéndome cosas que... Que sólo deberías hacerme tú. Lo siento mucho Paige, sé que me merezco lo peor. Crímenes de pensamiento siguen siendo crímenes. Así que…

-¿Pero planeas hacer algo de eso con él de verdad? ¿O lo hiciste ya?


-No, no... ¿Por quién me tomas? Yo te quiero a ti, en ningún momento se me ocurriría... Pero no estamos hablando de eso, el problema es...

-Mākere.

-¿Qué?
                                                    
-Eres tan tontita a veces que no sé qué hacer contigo...

-¿Perdón?

Paige la cogió de las manos y le pidió que la escuchase atentamente. Llevaban veinte años juntas, y esto era algo de lo que quizás deberían haber hablado hacía mucho tiempo, en cuanto se dio cuenta de que podría desembocar en algún problema en el futuro. Pero lo había ido dejando, había soportado discusiones estúpidas sobre por qué no debía masturbarse pensando en Ellie Kemper, Beyoncé o los ángeles de Victoria's Secret. Total, ella no tenía problema ninguno en ocultárselo, sabía que no hacía daño a nadie, y se sentía bien consigo misma. Pero ahora era a Mākere a quién le había pasado, y no lo entendía, no se comprendía a sí misma. Así que le tocaba abrirle los ojos, y hacerle entender por qué no había hecho nada malo. 

Había muchas mujeres inmensamente más guapas y sensuales que ellas dos. Y hombres, suponía. Daba igual que fuese Emma Stone, Ryan Gosling, la dependienta del 24 horas o el padre soltero del AMPA. Si era simplemente atracción, ¿qué había de malo en ello? Mientras no hiciese nada, mientras no sintiese nada. Intentar no soñar con gente así era como intentar no comer, no beber, no cagar. Si hubiese llegado y le hubiese hablado de Hare, no diciéndole que había deseado meterlo entre sus piernas, sino que le gustaría pasar el resto de su vida con él, eso sí que le habría dolido, la habría destrozado. Si además le hubiese dicho que se habían besado, y que luego habían dormido juntos, abrazaditos y haciendo la cuchara, ahí sí que se habría sentido traicionada. Y lo mismo si hubiese habido sexo real, claro. Sí que lo habría considerado un crimen. Y si hubiese pensado en casarse con él, en lo enamorada que estaba de él, pero se lo hubiese ocultado, exacto, crimen de pensamiento, si quería seguir llamándolo así. ¿Pero por eso? ¿Acaso nunca se había enfadado con ella y había deseado matarla por un momento? Eso no la convertía en una homicida.

Mākere pudo ver el brillo en los ojos de Paige, pudo sentir la pasión que le había dado a ese discursito, lo importante que era para ella que la entendiese. Pero no, no lo hacía. Creía saber perfectamente lo que estaba pasando. Se había inventado toda esa verborrea solamente para librarse del enfado por fantasear hora y media con Emma Stone. Seguro que en unos días le acabaría reprochando su hora y media con Hare. Así que no, no la perdonaba ni aceptaba su falso perdón. Ni tampoco que la llamase tontita. Seguía enfadada con Paige, y sobre todo, consigo misma. Hoy dormiría ella en el sofá. Nada le haría cambiar de opinión. Los crímenes de pensamiento, crímenes son, y punto en boca.


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"Jamás subestimes lo extraordinariamente difícil que es entender una situación desde el punto de vista de otra persona." 
Eleanor Catton

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