Temática: Libre elección
Palabras: Sucedáneo, Bengala, Bambú
No podía ser. Otra vez no. Pensaba
que esta vez lo tenían. Parecía que lo tenían. Pero allí estaban, todas
muertas. Las dos decenas de urnas de cristal que tenían distribuidas por todo
el laboratorio repletas de los inmóviles cadáveres de cientos de orugas.
Otra vez. Había perdido la cuenta de cuantas veces les había pasado en los
últimos años.
Había sido el primero en llegar al
laboratorio así que, resignado, se puso a limpiar esa pequeña gran masacre.
Doctor Kittikhun Sungpadaeng, lo habías vuelto a hacer. Habías vuelto a ver como
el trabajo de meses moría en unos días. Literalmente. Golpeó con toda
su rabia la pared y se arrepintió enseguida. Se quitó el guante de látex rasgado
por el golpe y puso los nudillos ensangrentados bajo un chorro de agua fría.
Bueno, por lo menos podía decir que la universidad de Chiang Mai no escatimaba
en material de construcción. Con la mano debajo del grifo fue como lo
encontraron Muan y Yee, sus dos doctorandas.
-¿Estás bien Rot? –preguntó Yee.
-Ni se te ocurra volver a llamarme
así.
Pudo sentir la tensión que el mismo
había generado expandiéndose a tanta velocidad como el rubor en las caras de
las dos biólogas. Yee se disculpó de inmediato, a lo que él le respondió
malhumorado que no pasaba nada, que por favor acabasen de limpiar todo mientras
él iba a hacerse unas curas.
Afortunadamente en su minúsculo despacho
siempre tenía un botiquín, así que se encerró en él para limpiarse la herida.
No podía quitarse la imagen de las orugas de la cabeza. Estúpidos bichos del
demonio. Perforadoras del bambú las llamaban. Más bien, perforadoras de sus… Llevaba más de cinco años trabajando con ellas. Era la primera investigación importante en
su vida, y había conseguido liderarla poco después de doctorarse. Pocos tenían tanta suerte, había pensado en ese momento. Antes se sentía orgulloso cada vez que veía uno de esos pequeños y alargados cuerpos.
Comer esas orugas se estaba poniendo muy de moda en todo el país, o más bien, en todo el sudeste asiático. Eran nutritivas, sanas, baratas, y preparadas decentemente no sabían nada mal. ¿El problema? Solamente se alimentaban de bambú, y no eran pocas las empresas interesadas en encontrar una alternativa mucho más barata y cómoda para poder criarlas en granjas más sobreexplotadas y rentables. Y ahí entraba él.
Comer esas orugas se estaba poniendo muy de moda en todo el país, o más bien, en todo el sudeste asiático. Eran nutritivas, sanas, baratas, y preparadas decentemente no sabían nada mal. ¿El problema? Solamente se alimentaban de bambú, y no eran pocas las empresas interesadas en encontrar una alternativa mucho más barata y cómoda para poder criarlas en granjas más sobreexplotadas y rentables. Y ahí entraba él.
Una de esas empresas se había interesado en su trabajo, y había pedido su ayuda en concreto, junto con la de la
universidad, para encontrar lo más rápido posible un sucedáneo que cumpliese
las características deseadas. A cambio, una suculenta financiación. Y, a escondidas, un
acuerdo. Le habían prometido un puesto en su empresa si cumplía las
expectativas, y un sueldo mucho mejor al que podría conseguir siguiendo en esa
facultad. Al fin y al cabo, lo necesitarían para poder trasladar sus
investigaciones a una producción industrial. Eso había sido en 2006. Ahora
estaban en el 2012 y no es que no hubiesen avanzado nada, pero tampoco es que
estuviese cerca de conseguirlo. Y no era estúpido, no era el único que lo estaba
intentando. Y cuanto más tiempo tardase, más posibilidades de que alguien le ganase esa
carrera científica y le robasen su futuro. Y no podía permitirlo.
Se cubrió la mano con una
venda, la ajustó bien, y volvió al laboratorio, dónde Muan y Yee ya habían
terminado y estaban charlando entre ellas. En cuanto lo vieron, se hizo el
silencio, hasta que Yee dirigió la vista al suelo mientras profería una
disculpa.
-Lo siento Sot.
-No pasa nada.
Bueno, realmente sí que pasaba.
Pero sabía que se había pasado. Como a todo tailandés, cuando era un crío le
habían puesto un mote por el que le llamaría todo el mundo. Sot. En su
adolescencia había descubierto su origen, y había renegado de él. Pero como todo el mundo en su situación, había
madurado y lo había aceptado. Pero ahora…
Rot duan era como llamaban
vulgarmente a esas dichosas orugas cuando se servían fritas. Sot… Rot. La gente era muy creativa... Pero de
ninguna manera iba a aceptar que empezasen a conocerle por ese nombre. Esas
larvas de polilla ya definían lo suficiente su vida como para permitir que
definiesen su identidad. Eran su pasado, su presente y su futuro, pero no iban
a ser él.
Los meses siguientes fueron duros.
Habían oído hablar de una científica laosiana que presumía de estar a punto
de dar con el sucedáneo perfecto, y habían tenido que ponerse las pilas a más
no poder. Tanto Sot como sus doctorandas acababan pasando más de doce horas en
la facultad casi todos los días, desarrollando una nueva prueba. Habían estado
más convencidos que nunca de que la anterior iba a ser la buena, y si no lo había
sido, lo que estaban preparando ahora, por descarte por lo menos, tenía que serlo. Apenas comían, menos aún
dormían, y ya ni hablemos de vida social, así que no podía no serlo.
El día que por fin pusieron la
nueva tanda de orugas en recipientes con el nuevo sucedáneo, Sot dijo a las otras que se fuesen a casa cuando se hizo demasiado tarde, pero él decidió
quedarse hasta bien entrada la madrugada. Quería que todo estuviese perfecto. Se planteó incluso quedarse a dormir allí, su olor corporal no estaba ni lejos de ser soportable, y sus piernas apenas podían sostenerle. Ya no eran horas para buses ni songthaews, así que intentó llamar a un taxi, dado que el campus estaba a varios quilómetros de la ciudad. Pero tuvo que colgar a media llamada, al darse cuenta de que n tenía tanto dinero consigo. Rezó porque Thong, su
mejor amigo y compañero de piso, que tenía coche, fuese capaz de cogerle el teléfono, aunque a
esas horas…
-Te prometo que no lo entiendo Sot.
¿Por qué no dejas esa mierda?
Sot estaba a punto de quedarse
dormido apoyado contra la ventanilla del copiloto, así que le costó unos
segundos ordenar los sonidos que emitía Thong para componer palabras
coherentes. Somnoliento, le recordó que en contra de lo que muchos creían, su
sueldo no era nada del otro mundo, y si quería en algún momento de su vida
vivir como un adulto de verdad y formar una familia, no podía seguir así. Era
muy probable que no le quedase mucho tiempo en la universidad, al fin y al
cabo, era el más joven de los profesores, y desde el punto de vista de los de
arriba, el más prescindible. Y ya sabía cuánto dinero le había ofrecido la
empresa. ¿Cómo no iba a luchar por ello? ¿Y por qué tenían que volver a
hablar de ello? Ya lo habían discutido muchas veces, solo quería descansar.
-Ya sabes que entiendo tu
razonamiento Sot, pero no sé… Lo que tienes ahora no es vida. Tú mismo decías
que nunca jamás ibas a vivir para trabajar, sino a trabajar para vivir. Y
cuando llegaste a estos extremos dijiste, bueno, un año de sacrificio como
mucho, podré sobrevivirlo. Y ese año se convirtió en cinco. No, espera, seis ya. Y
puede que mañana la tipa esa de Vietnam te fastidie todo por lo que estás
luchando en seis segundos. ¿Y entonces qué? Puede que no sean tan bien pagadas,
pero tienes opciones. Puedes elegir. No sé, puedes vivir de verdad.
-Para el coche.
Se había cabreado. El sueño se
había esfumado de su cuerpo, y sus extremidades volvían a funcionar.
Alimentadas por la ira, pero funcionaban. Thong obedeció la segunda vez que se
lo ordenó. Le preguntó si tenía en el maletero la bolsa que llevaban cuando
iban de pesca a Chonburi, y su amigo asintió, confuso.
-Deja las luces encendidas y sal
del coche.
Thong le hizo caso, aunque se le
veía un poco asustado. Sot no se paró a pensar ni un instante en la locura que
estaba haciendo, y se dirigió con decisión al maletero, lo abrió, cogió una
bolsa de deporte y de ella sacó una pistola de bengalas que llevaban consigo
por si su lancha se alejaba demasiado de la costa y necesitaban ayuda. Pero en
vez de hacia el cielo, apuntó con ella hacia la cabeza de su amigo.
-¿Pero qué haces?
-¡Cállate! ¿Lo ves ahora? Tú
también tienes elección. Puedes intentar quitarme el arma, eres más fuerte que
yo y estoy muy cansado, no te costaría mucho. O darme un puñetazo. O tirarte al suelo y usar el coche como escudo. O simplemente
mandarme a la mierda e irte. ¿Libre elección, no? Pero no lo haces, ¿por qué?
Porque soy un pirado con un arma, no puedes predecir lo que va a pasar, a lo
mejor te disparo antes de que hagas cualquiera de esas cosas. Pues el mundo es
igual. El mundo es otro pirado con un arma. Te pone en situaciones en las que
sí, eres capaz de elegir seguir otro camino. Pero el miedo a lo que pueda pasar
si no lo haces no te lo permite. Estoy acojonado de lo que pueda ser de mi
vida si no consigo ese trabajo. Así que…
-¡Vale, lo pillo! Lo que tú digas Rot. -dijo con retintín.- Sigo sin estar de
acuerdo, pero no volveré a decirte nada sobre el tema. Ahora suelta eso y
súbete al coche, que son las cuatro de la mañana.
Al día siguiente, Sot no se
despertó hasta las seis de la tarde. En cuanto recordó lo que había hecho ayer,
el numerito con la bengala… Menos mal que a esas horas Thong estaba en su
trabajo, no sabría si podría mirarlo a la cara. Pensó en lo que habían hablado. Tal vez su amigo tuviese razón. Tal vez podría elegir. Al fin y al cabo, él mismo odiaba que ese trabajo condicionase toda su vida. Hasta su nombre. No quería ser Rot. A lo mejor debería...
Se olvidó de todo eso en cuanto cogió el teléfono. Estaba saturado de llamadas perdidas de Muan y Yee. Debían de estar preguntándose dónde se había metido. Aunque le extrañó que no le hubiesen mandado ningún mensaje de texto. Nada más llegar al laboratorio comprendió por qué.
Se olvidó de todo eso en cuanto cogió el teléfono. Estaba saturado de llamadas perdidas de Muan y Yee. Debían de estar preguntándose dónde se había metido. Aunque le extrañó que no le hubiesen mandado ningún mensaje de texto. Nada más llegar al laboratorio comprendió por qué.
Ni un día. No habían sobrevivido ni
un día. El sucedáneo que no podía no ser el bueno había sido el peor de todos.
Incluso parecía haber acelerado su muerte. Un par de docenas de orugas aún seguían con
vida, pero vamos, poco les quedaría. Miró hacia Muan y Yee, que intentaban ocupar el
menos espacio posible al otro lado del laboratorio, temiendo su respuesta. Pero
se equivocaban. Quizás había sido por toda la adrenalina liberada el día
anterior, o por haber dormido durante casi doce horas seguidas. Pero se sentía
extrañamente calmado. Todo lo calmado que podías estar después de haber apuntado
a tu mejor amigo con una pistola de bengalas. Así que les sonrió, algo que pareció
asustarlas aún más.
-Bueno chicas, no pasa nada. Ahora
a recoger esto y volver a empezar. A la trigésima va la vencida.
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"Tu vida, desde que empiezas a tener un cierto control sobre ella, es un conjunto de elecciones acertadas o equivocadas, pero elecciones al fin y al cabo."
Matilde Asensi Carratalá
Matilde Asensi Carratalá
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