Palabras: Bukkake, Manolo, Betún, Derribo, Cuntis
-¿Papá, qué es un bukkake?
En cuanto esas palabras salieron de
la boca del pequeño niño rubio de siete años, el alma de Gonzalo se le cayó a
los pies, y más abajo aun.
-¿Papá, qué es un bukkake? –repitió.
Maldita sea, mira que les había
prohibido a él y a su hermana tocar su agenda. Y aun así, por si acaso, la
solía esconder en cajón bajo llave, y tenía incluso un pequeño candado para que
solo él pudiese leerla. Pero esa mañana se estaba muriendo de ganas de ir al
baño mientras apuntaba un encargo, y la había dejado abierta en la mesa de la
cocina, al alcance de cualquiera. Solo había sido un despiste de cinco minutos…
Pero tenía que haber sabido que con sus hijos ni siquiera podría tenerlos de
dos segundos.
-Pero papá, que qué es…
-Nada Samu -le cortó bruscamente-, es papá, que no sabe escribir. Quería poner… buscar –respondió con una sonrisa
incómoda.
-¿Buscar qué?
-Mmmmm… a tu tía Tere, que viene a
Cuntis de visita.
-Ah, ¿entonces vamos a ver a Tere?
¿Y podremos ir al cine? ¿Y nos traerá regalos?
-Vamos cariño, no seas pesado, ve a
hacer los deberes ahora mismo o no habrá nada de eso.
Samu le echó la lengua y salió
cabizbajo de la cocina. Gonzalo apoyó las manos en la mesa y suspiró aliviado.
Pero la calma se esfumó rápido. Había esquivado una bala, pero no había
descargado el arma. Ahora solo podía rezar porque no se pusiese a usar esa
palabra por ahí, o que no se la enseñase a su hermana. ¿Qué estaba pensando? Era
un crío, claro que iba a andar gritando “bukkake” por todas partes. Tendría que
ir empezando a pensar en excusas por si los profesores o Marisa le preguntaban
por qué tenía esa palabra en su agenda… Como su ex mujer descubriese de qué
trabajaba ahora… Ya podía olvidarse de estar con Samu y Lara más que alguna
tarde de sábado al mes.
Al día siguiente, le tocaba dejar a
los pequeños en casa de su madre. Si fuesen más mayores los habría mandado a
los dos dentro del edificio solos, pero Lara solo tenía tres años, no podía
hacerlo. La cogió en brazos, y a Samu de la mano, y se adentró con ellos en el
edificio en cuanto oyó el vibrante pitido que anunciaba que el portal estaba
abierto.
El viaje en ascensor se le hizo
eterno. Mientras las diminutas manos de Lara jugaban con la cremallera de su
cazadora, Gonzalo no apartaba los ojos de Samu. ¿Y si se le escaba lo de
bukkake? ¿Le decía algo? Pero claro, si le comentaba que no lo dijese, podría
ser peor. A lo mejor se había olvidado, y se lo recordaba. O simplemente no le
daba importancia, y si él se la daba… Dios, su cabeza se estaba volviendo loca
por una puta palabra.
Marisa había dejado la puerta del
piso entreabierta en vez de recibirlos en el descansillo. Mierda, ahora tendría
que entrar. No se veía capaz de mirarla a los ojos, estaba demasiado nervioso.
Pero no quedaba otra, así que cogió aire, dio una zancada y saludó. La voz de
su ex mujer les indicó desde el fondo del apartamento que esperasen un par de
minutos, que se estaba vistiendo.
Samu soltó a Gonzalo enseguida y
fue corriendo a su cuarto, sin darle un beso de despedida ni hostias. El hombre
estaba tan nervioso que ni le molestó. Se dispuso a sentarse con Lara en el
sofá cuando se encontró cara a cara con la cosa que más odiaba de esa casa. Esa
gran estantería repleta de zapatos y más zapatos de Manolo Blahnik. Ese maldito
alarde de poder adquisitivo, esa muestra de que ella podría mantener mejor a
los niños que él.
Ya le molestaba esa obsesiva
colección de Marisa cuando estaban casados, ahora que solo lo hacía sentirse
inferior, aún más. Aquellos tacones de decenas de colores y formas distintos no
hacían más que mirarle y decirle que él no era más que un puto prostituto, y
nunca mejor dicho, que jamás podría ofrecer a sus hijos el nivel de vida que
ella les proporcionaba.
Una semana después, Gonzalo volvía
a su piso a toda prisa, a punto de echarse a correr. Una capucha y la oscuridad
de la noche ocupaban su rostro por completo, pero el temor de que alguien le
viese seguía siendo una comezón en el fondo de su cerebro. Tendría que haberse
duchado en la casa de su clienta, si es que tendría que haber insistido, pero
no, tenía que haberle dado vergüenza en cuanto se dio cuenta de que sus hijas
estaban en casa. Con esa clase de trabajo nada debería avergonzarle ya, a ver
si iba aprendiendo.
Sus músculos y neuronas
permanecieron agarrotados por los nervios, y no se relajaron hasta que cerró
con llave la puerta de su casa. Hogar, dulce hogar. Allí por fin se pudo quitar
la capucha, dejando al aire el negro betún que manchaba buena parte de su cara.
Bueno, su cara y el cuerpo entero, vamos. La mujer le había avisado de que le
gustaba embadurnarse, y él había aceptado sin problema, no era la primera ni
sería la última. Pero en ningún momento se le había ocurrido que sería con
betún. Le había hecho hasta recordar con cariño al hombre bañado en aceite de
oliva.
Estaba listo para meterse en la
ducha, cansado de rascarse sin parar, cuando sonó el teléfono. Era Marisa, que quería saber si tenía problema en que le llevase a los niños un par de horas antes de lo que
acordaran. No, claro que no. Él encantado. La alegría por la noticia desapareció
de inmediato, en cuanto escuchó decir algo a Samu de fondo, al otro lado de la
señal telefónica, justo antes de colgar.
-¡Bukkake!
Dios mío, dios mío, dios mío. Samu
cariño… Mientras se sacaba como podía el betún en la ducha, la cabeza de
Gonzalo estaba a punto de explotar. ¿Qué le diría a Marisa? ¿Sería la primera
vez que Samu lo decía, o llevaría toda la semana gritándola por ahí? ¿Y si la
había soltado en clase, delante de otros niños impresionables que se la dirían
a sus padres? Muchos de esos padres eran capaces de hablar con Marisa o con él
sobre el tema… Y como el niño revelase que la había sacado de su agenda… Toda
la ciudad sabría a que se dedicaba.
Lo estaba viendo, Marisa se había
portado bien en lo referente a la custodia en el juicio anterior, pero ahora
todo cambiaba… Sabía que ella no permitiría que lo que más quería en el mundo
fuesen criados por un prostituto, maldita sea, él en su lugar tampoco. Pero no
podía permitirlo, no podía perder a Samu y Lara, esas pequeñas y pesadas
personitas que lo mantenían con la cabeza en su sitio y los pies en el suelo.
No podía ser que una sola palabra derribase todo lo que había conseguido, su
vida, su familia…
Pasó una hora entera delante de la
puerta, esperando impaciente a que sonase el timbre. No podía parar de rascarse,
y ni siquiera sabía si era por los restos de betún que el agua no se había
llevado o por los nervios. Los segundos no podían ser más lentos, y sus
pensamientos, más rápidos. No, ya estaba, tenía que tranquilizarse. Se había planteado
incluso llamar a Marisa, pero menos mal que se había decantado por no hacerlo,
podría haberlo empeorado todo, y mucho.
Por fin sonó el timbre, y abrió con
rapidez, como si le fuese la vida en ello. No podía esperar más, tenía que
saber qué había pasado cuanto antes. El medio minuto que pasó hasta que se
oyeron tres voces acompañadas por el taconeo de eses humillantes Manolo Blahnik
sobre el suelo del descansillo se le hizo eterno. Y el sonido retumbante de
esos caros zapatos no hacía más que recordarle todo lo que tenía que perder si
se enfrentaba a Marisa ante cualquier juez con un poco de sentido común. El
único puto de Cuntis contra la pudiente e inteligente empresaria de la que el municipio entero estaba orgulloso… No había
abogado en el mundo que pudiese apostar por él.
El sudor de las manos hizo que
tardase casi diez segundos en girar el pomo correctamente, y también que el
ceño de Marisa se frunciese cuando se la tendió como saludo. Estaba preparado
para unos cuantos gritos, amenazas, que le pidiese explicaciones. Pero lo que
salió de sus labios fue una disculpa. La mujer le pidió perdón por el cambio de
horario, pero le había surgido algo en el trabajo. Gonzalo las aceptó, con un nudo
en la garganta, y el sudor de sus manos desapareció como si nunca hubiese estado ahí. No lo podía creer, no había
pasado nada. Estaban despidiéndose, listo para celebrarlo, cuando una bola de
demolición se preparó para derribar su mundo, adoptando la forma de una palabra
pronunciada por un niño de siete años.
-¡Bukkake!
El grito de Samu recorrió el cuerpo
de Gonzalo como el peor de los escalofríos, las piernas se pusieron a temblar
como flanes, sus manos se volvieron frías como témpanos, sus peores temores
reconquistaron el terreno perdido. Marisa se giró en ese momento, y miró a Gonzalo
fijamente con esos ojos castaños que una vez le decían que lo amaban.
-Me olvidaba, creo que Samu se ha
metido en alguna página rara por internet y ha visto esa palabra por ahí. Si te
pregunta algo, Javi y yo le hemos dicho que es una especie de herramienta.
Bueno, ahora tengo prisa, hablamos. ¡Niños, me voy, portaos bien con papi!
La puerta se cerró tras ella, y
Gonzalo se dejó caer de rodillas, aliviado y al borde del llanto al mismo
tiempo. Tenía que dejar de dar tantas vueltas a las cosas antes de tiempo.
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"Espera lo inesperado, me dijo mi madre una vez. Porque sin duda alguna, lo inesperado te estará esperando."
Marjorie Liu
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