Palabras: Spam, Tergiversar,
Sempiterno, Otorrinolaringólogo, Supercalifragilisticoespialidoso
-Supercalifragilisticoespialidoso,
aunque suene extravagante, raro y espantoso, si lo dice con soltura sonará
armonioso…
Mary Poppins seguía cantando y
bailando, impasible a lo que pasaba al otro lado de la pantalla. No, a Mary Poppins
poco le importaba lo que estaba pasando en el salón de aquella modesta vivienda
del sur de Islandia. No sintió nada cuando llegó la joven chica rubia a la casa,
y se quedó inmóvil de espaldas al televisor. Y aunque lo hubiese hecho, tampoco
habría podido consolarla ante la visión de sus padres y su hermana, dormidos en
un eterno sueño.
-Supercalifragilisticoespialidoso,
aunque suene extravagante…
La canción seguía sonando en su
cabeza, como el sempiterno recordatorio de aquel fatídico día. Habían pasado
cinco años desde aquel escape de monóxido de carbono, pero no había sido capaz
de superarlo. Aquel había sido también el día en el que había empezado la
meteórica carrera de la doctora Katrín Sigmundsdóttir, la proclamada promesa de
la otorrinolaringología por sus maestros. Y también el día en el que había
terminado.
Katrín dejó encendiendo el
anticuado y lento ordenador mientras se preparaba un café con la oxidada
cafetera. Acompañada por la música producida por el borboteo incesante de la
bebida y el ronroneo del ordenador, fue hasta la entrada y se abrigó antes de
salir. Como cada martes, se encontró sobre el raído felpudo un pequeño montón
de cartas. Basura, basura, basura, basura. ¿De qué valía vivir en el quinto
infierno de la isla sin acceso a internet si el correo basura acababa llegando
a ella igualmente?
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Katrín se atragantó con el café.
Últimamente era peor, la voz de la maldita Mary Poppins se había asentado en su
cabeza más profundamente que nunca. Limpió el líquido tostado del teclado con
un pañuelo, y dio gracias por no haber estropeado nada. Entonces prosiguió con
su artículo. Podía ser que llevase cinco años alejada del mundo, pero eso no la
impedía seguir trabajando. No como médico o investigadora, como había soñado
tiempo atrás, sino que escribía una columna científica en una conocida revista
internacional.
Sabía perfectamente que no la
habían contratado por méritos propios, sino por su historia personal, por su
excentricidad. Quedaba muy bien anunciarla como “portento de la otorrinolaringología
que tras la trágica muerte de su familia se había recluido en las heladas
profundidades de Islandia, lejos de internet, redes sociales y cualquier tipo
de contacto humano”.
Sí, ¿a quién no vendería eso?
Feministas, hipsters, fumetas, morbosos, anticapitalistas… Todos querían un
poco de la tragedia y el conocimiento de la doctora Sigmundsdóttir. Podía sonar
superficial, pero así era. Además, ¿quién se iba a ofender? ¿La cafetera?
Estaba sola, y podía hacer lo que le venía en gana, ¿qué había mejor? Ni ella
misma se lo creyó ni por un segundo, pero no lo reconocería.
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Mierda, el jabón. Katrín se agachó
con cuidado, para no resbalar en la ducha. Como se hiciese daño de verdad al
caerse, a ver quién le ayudaba a levantarse. A ver quién le ayudaba… Sacudió la
cabeza, metiéndose el pelo embadurnado en champú en la boca, lo que la hizo
estornudar con fuerza. Sintiéndose estúpida, se aclaró la cabeza y salió de la
ducha.
Tenía que estar sola, no podía
planteárselo de otra manera. Aquel día se lo había dejado claro. Si triunfaba,
sus seres queridos sufrían. Si lo olvidaba, Mary Poppins se encargaba de
recordárselo. Mientras se secaba en frente del espejo, notó una extraña rugosidad
en su pecho derecho. Extrañada, masajeó la zona con la mano un par de veces
más. ¿Sería algo malo? Quizás no era nada, pero debería ir a un hospital.
Bueno, mejor no. Lo de ir al hospital era innecesario. Tendría que estar un día
entero por lo menos allí, rodeada de gente, gente que sudaba y hablaba… No,
mejor quedarse en casa.
-Supercalifragilisticoespialidoso…
El catálogo de IKEA cayó lejos de
la chimenea, así que Katrín se resignó, suspiró y se levantó del sillón con
parsimonia para echarlo al fuego. En él se unió con el resto de folletos de
rebajas, telefónicas y supermercados que aparecían cada martes en su entrada.
Polvo al polvo, y basura a la ceniza. Volvió a sentarse, y resumió la relectura
del fajo de folios recién impresos que había dejado en el reposabrazos.
Su columna parecía fría e
insustancial, como gustaba a sus fans. Perfecto. Ahora solo le quedaba
encuadernarla y dejarla lista para cuando hiciese su visita semanal a Akureyri
a por provisiones para enviarla por correo a la revista.
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Katrín tuvo que apoyarse en la
pared para mantener en el equilibrio. No era la primera vez que le daban
mareos, pero esos eran distintos. Le recordaban a algo, alguna vez en su vida
los había tenido. Tonterías, serían cosas suyas. Sería un mareo normal y
corriente, lo mejor que podía hacer era desayunar. Así que lo mejor era dejar
el correo en la mesa y ponerse a cocinar. Y por eso estuvo a punto de no ver la
carta blanca que sobresalía entre el montón de correo basura.
Era una oferta de la Universidad de Berkeley,
ofreciéndola una plaza como investigadora. Sabían de su fama como otorrinolaringóloga,
y a pesar de sus años inactiva, creían que podría ser la adecuada para los
estudios que se estaban realizando allí. No era un mal trabajo, la verdad, pero
no podía aceptarlo. ¿O sí? No, qué tontería. Tenía que estar sola, lo tenía
claro… ¿Qué demonios? ¿Se acababa de mear?
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Recogió del suelo el trozo de papel
higiénico ensangrentado. No podía ser. Se suponía que había dejado de pasarle,
que aquel día no solo había perdido su familia, sino la posibilidad de tener
una nueva. Todo su mundo se estaba derrumbando por un poco de sangre. No
entendía nada, ¿qué estaba pasando?
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Katrín estornudó cuando el humo
penetró sus fosas nasales. Se había acercado demasiado al fuego, siempre se
distraía cuando escuchaba a esa loca mujer del paraguas volador en su cabeza.
Uff, que mareo, tenía que sentarse. Se dejó caer sobre el mullido sillón, y
entonces, sonrió. Esa sensación de que el mundo daba vueltas por cualquier
tontería. Siempre se había quejado durante esos días del mes, pero ahora…
Podía tener hijos. No, no iba a
tenerlos, podía perderlos. Pero podía. Una pequeña niña rubia dormitando en su
regazo. Oh dios, podía tenerla. Entonces se llevó la mano al pecho, donde había
notado el extraño bulto. Si le pasaba algo no podría… Tenía que ir al hospital.
Y no podía criarlos ahí. ¿Qué clase de niño podría crecer en una soledad como
aquella?
¿Qué le pasaba? No, no podía. No
podía dejar que volviese a repetirse la historia. Ya había perdido suficiente.
No estaba pensando con claridad. Sostuvo un arrugado folleto sobre depilaciones
láser y lo lanzó al fuego. Cogió otro de una clínica dental, e hizo lo mismo.
Se dispuso a ver arder el siguiente, pero se detuvo. La carta de Berkeley.
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Katrín soltó un gemido al sentir la
fría crema sobre su piel. Olga se disculpó, pero ella le respondió que no
pasaba nada, simplemente que algo que le rondaba en la cabeza la había
distraído. La investigadora rusa sonrió y continuó aplicándosela. Era algo casi
semanal últimamente, su pálida piel no se había acostumbrado todavía al clima
en California. Y eso que llevaba ya dos años allí. ¿Quién le iba a decir que la
mayor oportunidad de su vida iba a estar escondida entre toneladas de correo
basura?
Sí, la cantarina voz de Julie
Andrews seguía en su cabeza. Seguramente estaría ahí eternamente, pero había
aprendido. Le parecía fascinante pensar lo que había hecho a sus ideas algo tan
natural y asqueroso, algo tan mundano para una mujer cualquiera, algo por lo que
había odiado tener un estúpido útero durante tantos años. Le había hecho darse
cuenta de que podía tener una familia aún. Quizás nunca tuviese hijos, pero
podría tenerlos.
Y eso le había hecho ver cómo había
tergiversado todo. Como su dolor se había refugiado echándose a sí misma las
culpas por lo que había pasado. ¿Qué clase de científica aceptaba que su éxito
había podido causar…? Una asustada. Una dolida. Una abandonada. Una que necesitaba
a alguien a quién culpar, y solo se había encontrado a sí misma.
-Supercalifragilisticoespialidoso…
Había pulsado la micropipeta
demasiado pronto, y la punta amarilla de plástico cayó sobre el medio de
cultivo. Mierda. La recogió con cuidado y la tiró al frasco de cristal que
tenía en frente. Tendría que hacerlo otra vez. Sí, esa canción no desaparecería
de su memoria, no. Pero no tenía por qué.
No era un castigo, no era una culpa
constante. Simplemente era un hecho. No podía cambiar lo que había pasado, ni
tampoco podría olvidarlo. Pero podía superarlo. Podía convivir con ello. Y eso
iba a hacer.
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"No confundas tu dolor con la culpa."
Veronica Roth
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